El bueno de Juan Pedro Ortuño

Juan Pedro Ortuño.
Juan Pedro Ortuño.

En una primera impresión, lo que pensé al recibir el libro “A la sombra del Evangelio” (Voz de Papel) es que un libro de casi cuatrocientas páginas es mucho libro. Pero cuando lo abrí me di cuenta de que se trataba de un comentario diario al Evangelio. Por lo tanto 365 textos para la meditación daban incluso para más.

Leído el libro, casi de un atracón, les puedo asegurar que aquí hay un Evangelio sine glossa, al grano, recio, con carácter, con los pies en la tierra, lustrado e ilustrado por los palos de la vida, las alegrías y las tristezas, los desengaños. Por la redención. Me atrevería a decir, ascético y teresiano.

Prolifera últimamente una corriente de espiritualidad de autoayuda. Los libros de esta tendencia llenan los anaqueles de las librerías. Es posible que ayuden a sus lectores. No lo niego. Todo lo que sea facilitar el encuentro personal de cada uno con Jesucristo sea bienvenido.  Pero aquí hablamos de otro orden de cosas.

Juan Pedro Ortuño, sacerdote madrileño, que fue pionero en la Iglesia en España en la evangelización por Internet, que fue un aventurero de meter a la Iglesia en la red, que rompió con los estereotipos de quienes creían que la Red era un instrumento del diablo para pervertir a las almas, ahora se dedica, en el silencio de la Ermita Virgen del Puerto de Madrid, al tú a tú, a acoger a las personas que peregrinan por la vida a impartir los sacramentos.

Como esa Iglesia histórica en Madrid es la referencia de Madrid Río, y Juan Pedro bien pudiera ser nombrado el párroco de Madrid Río, lo que hace ahora es rezar por la Iglesia y trabajar por la salvación de quienes caminan, muchas veces sin un rumbo fijo, por ese parque extendido del Madrid que une las dos orillas de la M30.

Su “A la sombra del Evangelio”, que bien pudiera ser el eco del Evangelio y la luz del Evangelio, además, no nace de la especulación, ni de la voluntad, ni de los proyectos o deseos, nace de la experiencia. Se palpa, en no pocos de los comentarios, aunque no lo diga, las voces de personas que hacen preguntas, que sugieren, que incluso gritan a Dios e interpelan a la conciencia cristiana.

El obispo de Lugo, monseñor Alfonso Carrasco Rouco, dice que “el autor así, paso a paso, nos convence de la verdad de nuestro Dios y de su Amor todopoderoso, disipa objeciones que brotan en nosotros inmediatas, casi reflejas, ante las paradojas o dolores de la vida, y nos ayuda a acercarnos al rostro de Señor dejando atrás sus desfiguraciones corrientes en la cultura actual”.

No voy a hablar de la vida de Juan Pedro. De su pasado, ni de su presente monástico en ese lugar en el que habita, la Ermita de la Virgen del Puerto. Quizá porque podría escribir de memoria su biografía. Y no se trata de eso. Lo que puedo decir es que Juan Pedro, que sabe de la gloria y de la cruz, ahora está en lo esencial, instalado en la atalaya del Evangelio sine glossa, para bien de muchos. 

En silencio. Tenemos, por cierto, que agradecérselo.

 

                

Comentarios