Lecturas de hoy. Domingo 21 de Abril de 2024

Jesucristo, alegre, cambia el mundo con su entrega. Nosotros, en su entrega, tenemos la alegría que cambia el mundo

Altar Mayor de la Catedral de Badajoz. España
Altar Mayor de la Catedral de Badajoz. España
  1. Primera lectura
  2. Salmo Responsorial
  3. Evangelio
  4. Comentario

Lecturas del IV Domingo de Pascua

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (9,31-42):


En aquellos días, Pedro, lleno de Espíritu Santo, dijo: «Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; pues, quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido en nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre, se presenta éste sano ante vosotros. Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.»

Palabra de Dios

Salmo Responsorial

Sal 117,1.8-9.21-23.26.28-29

R/. La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes. 

R/. La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular

Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.
La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente. 

 

R/. La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular

Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor.
Tu eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia. 

R/. La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular

Lectura del santo evangelio según san Juan (10,11-18):

En aquel tiempo dijo Jesús: «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estragos y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.»
Palabra del Señor

Comentario

La imagen del buen pastor era bien conocida por los oyentes de Jesús. En el Antiguo Testamento, Moisés y David, antes de que Dios los eligiese para ser pastores de su pueblo, habían sido pastores de rebaños. Posteriormente, durante el exilio, Ezequiel había hablado de Dios mismo como pastor de su pueblo: “como un pastor vela por su rebaño (...), así velaré yo por mis ovejas. Las reuniré de todos los lugares donde se habían dispersado en día de nubes y brumas” (Ez 34, 12).

Jesús anuncia que ese día ha llegado.

Él mismo se presenta como el buen Pastor.

Él es el Dios-hecho-hombre que vela por los hombres, que los reúne en una familia, la familia de los hijos de Dios, y les alimenta con su propio cuerpo, para que tengan vida eterna.

En este discurso del buen pastor, Jesucristo nos dice cómo es Él, pero también a dónde nos quiere llevar. Quiere convertirnos en buenos pastores en nuestra vida cotidiana.

Jesús dice tres cosas sobre el verdadero pastor: da su vida por las ovejas; las conoce y ellas lo conocen a él; y sale a por ellas para que vivan en un mismo rebaño, en una misma familia[1].

En primer lugar, el pastor da su vida por sus ovejas.

El misterio de la Cruz está en el centro de la vida de Jesucristo.

Cristo se despoja de su rango, de su gloria divina, se pone nuestros vestidos -el vestido de la humanidad, del dolor, del sufrimiento, de la soledad, del abandono, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado-, se deja humillar hasta la muerte en la Cruz y así se entrega a cada uno de nosotros.

Y en cada Eucaristía le encontramos a Él, Cristo el buen pastor. Se hace totalmente presente, nos coge entre sus manos llagadas, nos bendice, nos levanta, nos lleva de nuevo, se nos da a sí mismo como alimento.

Y lo hace por nosotros, para tocar lo más íntimo de nuestra realidad humana, para experimentar toda nuestra existencia y sanarla.

En cada Eucaristía nos da su cuerpo que se entrega, su sangre que se derrama. Nos da esa fuerza suya de la entrega hasta el final. La Eucaristía no termina con la comunión. Quiere que vivamos eucarísticamente cada día, con el corazón en carne viva: que demos la vida por los demás.

En segundo lugar, el pastor conoce a las ovejas, y éstas le conocen a él.

Pero el conocimiento de Jesucristo no es un conocimiento formal.La relación que quiere tener con nosotros no es una relación rutinaria, impersonal, reseca. Es una relación de amor. Es un conocimiento desde el corazón.

Jesucristo nos conoce: nos lleva en su corazón. Un corazón llagado, traspasado de amor.Que nos grita: “no te escondas, ven a mí, no te canses, tócame, te amo”.

Y al acercarnos a Él, al entrar en su corazón, nos da el suyo, para que podamos sentir con su corazón.

Él nos pide que también amemos como Él, que conozcamos a los demás como Él: desde el corazón. En la Eucaristía nos da su cuerpo para que podamos amar desde su corazón.

Finalmente, el pastor busca la unidad.

Cristo no murió por unos pocos, murió por todos los hombres de todos los tiempos.

Los sigue buscando cada día y nos necesita. En medio de nuestra vida, de nuestras calles y plazas, de nuestros trabajos y descansos, de nuestras familias y amistades, de nuestros dolores y enfermedades, de nuestros éxitos y fracasos, de nuestras idas y venidas. Allí donde vivimos: vivir desde el corazón de Jesucristo.

En cada Eucaristía, nos mete en su corazón sacerdotal, para que hagamos nuestra su alabanza, gratitud, reparación y petición. Nos da un corazón católico, universal.

El buen pastor da la vida, conoce desde el corazón, busca la unidad.

Así es Jesucristo y así quiere que seamos nosotros. Solo así experimentamos la verdadera libertad. La libertad de los hijos de Dios, la libertad de Cristo Jesús, la libertad de la entrega generosa.

Jesucristo, alegre, cambia el mundo con su entrega.

Nosotros, en su entrega, tenemos la alegría que cambia el mundo.

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