El alma en su alegría

Testigos de la Resurrección. María Magdalena.
Testigos de la Resurrección. María Magdalena.

Tiempo Pascual. La Iglesia nos invita a saborear el gozo de descubrir a Cristo Resucitado. Y Jorge Guillén, en el poema “Sábado de Gloria” de su Cántico, recoge la invitación, y nos la transmite.

"Sábado // ¡Ya gloria aquí! // Maravilla hay para ti".

Una invitación a abrir los ojos, a volver a descubrir maravilla en el vivir, después del derrumba­miento ante la Crucifixión y la Muerte. Ante el sepulcro vacío, quizá los ojos de los apóstoles no estaban preparados para saborear ya ninguna grandeza, y amenazaban con cerrar su espíritu a cualquier esperanza.

Cansados, agostados, exhaustos después de días enteros de temor, de dolor, de angustia enmudecida, permanecían más bien cautos, prudentes, sin un ardiente deseo de exponerse a sufrir otra desilusión. ¿De qué maravilla se les quería hablar?

"Sí, tu primavera es tuya. // ¡Resurrección, aleluya!"

Pedro y los otros apóstoles no se decidían a recoger enseguida la primavera que anunciaba abrirse ya en sus manos. De nada valía que Lázaro siguiera todavía entre ellos, y pudiera contar de alguna manera su experiencia del umbral de la muerte. Un día regresaría al sepulcro y guardaría allí su secreto.

"Resucitó el Salvador. // Contempla su resplandor".

Les han alcanzado los rumores de que Jesucristo se ha dado a conocer en algún rincón. Han comprobado que el sepulcro está vacío, y el hecho da un cierto fundamento a las habladurías. El sudario yace recogido en un ángulo, no tirado como si se hubiera perdido en un momento de fuga. ¡Qué calma la del universo, cuando toda la creación guardó silencio, cuando enmudecieron los huracanes y las tormentas, los mares y los pájaros, ante el fulgor del sepulcro, cuando Cristo resucitó su carne y la vistió de inmortalidad!: "Que el puro resplandor serena el viento" (Garcila­so)

El misterio se abre camino, y se asienta de forma definitiva en la historia del hombre. Hasta ese instante, el paso por la tierra de un hombre a Quien al nacer le había sido puesto el nombre de Jesús, podía haber seguido las huellas de cualquier otro mortal y no dejar rastro.

 

Desde el instante de la Resurrección, los mitos han perdido ya toda vigencia; cualquier intento de darles una nueva primavera es volver atrás la marcha del hombre en su historia. Y también el simbolismo se queda pobre: de nada sirve hablar de los dos trozos de una moneda rota, y de los intentos de encontrar la unidad partiendo de uno de los dos restos. La realidad está toda ahí, y toda entera. Ya no hay refugio en ningún símbolo, y no es preciso encontrar ninguna clave interpretativa, que sirva para dar cuenta de los hechos. O se cree, o no se cree. El hecho está ahí: “Tomás mete tu mano en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”.

"Aleluya en esa aurora // Que el más feliz más explora".

Contemplar la Resurrección en su esplendor es el principio del reto definitivo que Dios pone ante el hombre, una vez vencido, y para siempre, el pecado. Porque el último enemigo que ha de ser derrotado es la muerte; y el vencedor, el Resucitado, se presenta en toda Verdad.

El Resucitado es ya el Único, verdadera y perennemente, y vive el hoy eterno, en la pura simplicidad del vivir a la que no se le pueden aplicar, ni siquiera, las palabras "para siempre", porque no dicen nada: siempre está dentro del tiempo, y la Resurrección transforma el tiempo en eternidad.

Al hombre queda aceptar o no aceptar la Resurrección. Habiendo ocurrido sobre la tierra, siendo un hecho histórico real, como está más allá del tiempo, no es un dato que se pueda manipular. Y aquí está el reto: la inteligencia humana está preparada para recibir el resplandor del sepulcro abierto; no puede, sin embargo, razonarlo, dominarlo; si lo acepta, se llena de luz -"Que el más feliz más explora"-; si lo rechaza, se encierra en su propia oscuridad.

 "Para quienes no ansían sino ver, hay luz bastante; más para quienes tienen opuesta disposición, hay siempre bastante oscuridad" (Pascal).

"Ha muerto, por fin, la muerte. // Vida en vida se convierte".

El resplandor no ha colmado aún los ojos de los apóstoles. Quién de una manera, quién de otra, ninguno se decide a dar el paso radical y concluyente de aceptar que la muerte ha perdido la batalla; que la muerte ha entregado todo el poder que, a préstamo y por un tiempo, se le había concedido sobre la vida. El último enemigo ha sido derrotado, porque Aquel, a Quien "ha sido dado todo el poder en la tierra y en el cielo" ha abandonado ya el sepulcro.

Cualquier perspectiva humana ha sido trastocada. Nada puede permanecer idéntico, siendo a la vez todo lo mismo en su origen y en su fin. El hombre, la historia cuentan con un nuevo dato, imprevisto e imprevisible, que no había sido tenido en cuenta por ningún calculador, y del que no se pueden tampoco llegar a medir sus efectos, y mucho menos controlarlos.

Ya el hombre no puede reducirse a "lo que va a morir". Ya no puede respirar a fondo encerrado exclusivamente en "las cuestiones sociales", en "las materias políticas", en "los asuntos económicos", en "los ambientes culturales", en "el quehacer histórico". Todo le queda estrecho y angosto, como resultó a Cristo el sepulcro.

“El Señor resucitó. // Impere el Sí, calle el No”.

La Resurrección es el Sí de Dios y del hombre. El Universo ha sido creado, en definitiva, para contemplar el resplandor del sepulcro vacío; y el hombre, para vivir esta Gloria.

"Sábado. // ¡Gloria!

Confía // Toda el alma en su alegría".

ernesto.julia@gmail.com

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