La Semana Santa ilumina el sacrificio de Isaac y de Jesús

Semana Santa Ferrol.
Semana Santa Ferrol.

El dolor es medio de transformación, para curación del cuerpo y del alma. La pascua es cruz y muerte como paso a la resurrección. El Jueves Santo con la memoria de la Última Cena es alimento eucarístico que resume los Sacramentos y se expresa con el mandamiento nuevo del amor fraterno vivido como servicio. El Viernes Santo es acompañar a Jesús en su pasión y muerte, en una transformación del misterio de mal, no por entenderlo sino por trascenderlo, después del gran silencio del sábado: así, la Pascua con el cirio encendido nos abre los ojos a Cristo glorioso y nuestra resurrección.

   La preparación cuaresmal nos ayuda a abrir los ojos a la comprensión del misterioso intercambio que hace Jesús: el hijo de Dios de ha hecho hombre para que el hombre sea hijo de Dios. Las historias de “príncipe y mendigo” nos hablan de cómo Jesús se pone “nuestros vestidos”.

La Biblia nos habla de este día en que Jesús «manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre su altísima vocación» (Gaudium et Spes 22). Y uno de los episodios, mal entendido con frecuencia, es el sacrificio de Abraham: Dios no le dejó sacrificar a Isaac, dijo “¡basta!” a los sacrificios humanos, pero el Padre que permite el sacrificio de Jesús para la salvación de todos[1]. De algún modo, las tradiciones espirituales intuían ese misterioso sacrificio (desde Krisna en la India hasta Quetzalcóatl entre los indígenas mesoamericanos). El cordero sustituye al hijo, y el Hijo será el cordero de Dios.[2]

Dios es condescendiente con nuestro contexto histórico, y hay una verdad religiosa como san Pablo refiere la fe de Abraham: si Dios le pedía la vida de Isaac, él sabía que lo iba a resucitar pues en él se cumpliría la Alianza de una gran descendencia. Paradoja misteriosa de la cruz de Jesús.


[1] ”Por consiguiente, es preciso interpretar esos textos a la luz de toda la revelación, que alcanza su plenitud en Jesucristo. Él nos enseña a poner en Dios una inmensa confianza, incluso en los momentos más difíciles. Jesús clavado en la cruz, se abandona totalmente al Padre: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). Con esta actitud, eleva a un nivel sublime lo que Job había sintetizado en las conocidas palabras: «El Señor me lo dio; el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor» (Jb 1,21). Incluso lo que, desde un punto de vista humano, es una desgracia puede entrar en el gran proyecto de amor infinito con el que el Padre provee a nuestra salvación”: https://www.ewtn.com/es/catolicismo/biblioteca/audiencia-del-24-de-marzo-de-1999-17046

[2]   Juan Pablo II decía: “la Escritura nos brinda un ejemplo elocuente de confianza total en Dios cuando narra que Abraham había tomado la decisión de sacrificar a su hijo Isaac. En realidad, Dios no quería la muerte del hijo, sino la fe del padre. Y Abraham la demuestra plenamente, dado que, cuando Isaac le pregunta dónde está el cordero para el holocausto, se atreve a responderle: «Dios proveerá» (Gn 22,8). E, inmediatamente después, experimentará precisamente la benévola providencia de Dios, que salva al niño y premia su fe, colmándolo de bendición:https://www.ewtn.com/es/catolicismo/biblioteca/audiencia-del-24-de-marzo-de-1999-17046

 
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