Lo espiritual a la vista, aunque estemos ciegos

Crucifijo en un aula.
Crucifijo en un aula.

Durante la pasada Semana Santa, en varios periódicos se publicaron artículos y reportajes con la tesis de que, parafraseando al que escribiera Sergio del Molino en “El País”, vivimos tiempos religiosos, la mirada laica se agota, pero estamos hablando de una necesidad espiritual des-institucionalizada.

No se trata sólo de un proceso paralelo y crítico con el de la razón. Se trata de una vía de expresión del deseo de plenitud.   

Me parece un interesante diagnóstico de lo que está pasando en la sociedad, que debe dar que pensar y que, indudablemente, interpela a la conciencia cristiana y al sujeto eclesial.

Escribía el citado Sergio del Molino, con abundantes referencias bibliográficas, que “necesidad de trascendencia, ansia de verdad (o de estar en la verdad, de pertenecer al grupo de los que se salvan) y caminos de perfección mueven un mundo desorientado cuya espiritualidad se expresa a veces de manera delicada y artística, y otras inspira furias justicieras groserísimas”.

Para después añadir una curiosa confesión de parte: “Mantener una postura laica coherente y firme es difícil en un contexto así (…) El laicismo se desentendió tanto de la dimensión espiritual de la vida íntima y de la comunitaria, que ahora no sabe cómo bregar con esa emociones que antes regulaban las instituciones y liturgias religiosas. Liberadas de ella, hoy se expresan en una entropía que amenazan con reventar las costuras de la razón”.

En el diario de PRISA, el periódico más obsesionado con la religión y con la Iglesia de España, asistimos el miércoles 27 de marzo a un debate entre César Rina Simón y Pablo D´Ors sobre si “España sigue siendo católica”.

Con la paradójica conclusión de Pablo D´Ors, tal y como es él, de que “España está dejando de ser católica para ser católica de verdad”.

En “El Mundo”, David Lema se lanzó una “Columna prestada sobre la religión”, en la que pudimos leer que “lo releo y vuelvo a reír porque me viene a la cabeza esta frase de Ana Iris Simón: “Me hace mucha gracia la gente que dice creer en Dios es un consuelo. Y una mierda, un consuelo es no creer en Dios. Un consuelo es pensar que aquí no hay nada, que te vas a morir y que no va a pasar nada, que tus hechos no van a ser juzgados y que tú puedes vivir respecto a una moral que te inventes y que no te venga dada””.

En mi querido ABC Cultural, Karina Sainz Borgo se lanzó hacia “Un misticismo del siglo XXI”, analizando algunos de los recientes productos culturales de creadores españoles que tienen la mística como eje de su obra.

 

Lo hizo a partir de la siguiente tesis que asienta la periodista: “La música, la imagen, la literatura y el pensamiento contemporáneo acometen el camino hacia el espíritu ajenos al elemento confesional o estrictamente religioso”.

Para cerrar el ciclo, esta misma semana, mi admirado Diego S. Garrocho, en una columna titulada “Cuidado del espíritu”, responde a la pregunta sobre quién se encarga hoy de cuidar lo espiritual, entendido este espiritual como “todo aquello que en nosotros es inmaterial”.

 “Los menos avisados –leemos- pensarán que el espíritu apela a una dimensión exclusivamente religiosa o incluso fantasmagórica…”.

Dejo constancia de que la cuestión espiritual, entendida como no-material, también en sus manifestaciones místicas, o religiosas no articuladas, está presente en la sociedad española hoy.

Eso de que la secularización traía irreligiosidad ya no se lo creen ni los que lo decían. Con variantes y matices, es verdad, también según la geografía.

Por otro lado apunto a la necesidad de que se tenga en cuenta este proceso, al fin y al cabo, de camino y de búsqueda de sentido desde la interioridad, para formular las respuestas adecuadas en la propuesta implícita de la manifestación revelada de Dios como expresión de sentido.

No vaya a ser que nos estemos empeñando en expresiones de la respuesta que apelan a lo autorreferencial de la humanidad contingente, y prioricen la necesidad primera, incluso estética, de plenitud, de vida lograda, por decirlo en plan aristotélico.

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