Después de una noche de fatiga aparentemente inútil, basta un instante a Jesús para regalar a los discípulos mucho más de lo que podían esperar. Dios es el autor de toda nuestra eficacia.
Jesús resucitado nos invita a contemplar las llagas gloriosas de sus manos y sus pies. Él no desea que olvidemos jamás cuánto nos ha amado, pues en sus llagas hemos sido salvados.
El mismo Jesús que explicó las Escrituras a los discípulos en el camino de Emaús nos habla ahora cuando le escuchamos, bajo la luz del Espíritu Santo, en el Evangelio.
La Magdalena ha visto al Señor porque nunca dejó de amarle. Por eso, está preparada para la misión apostólica. Ha merecido ser llamada “apóstola de los apóstoles”
El amor por el maestro de María Magdalena, Juan y Pedro no ha desaparecido después de su muerte. Su fe y su fidelidad son recompensadas con una alegría que los acompañará por siempre.