Pastores y ovejas

Después de la tormenta.
Después de la tormenta.

Personas de todo tipo y condición coinciden en el valor educativo que tiene estar en el medio rural, además de que es liberador y precioso. Pero también está muy bien pasar tiempo en la naturaleza porque nos sitúa en la esencialidad de lo que somos, incluso metafóricamente, por así decirlo.

Un ejemplo es que resulta muy interesante pasear por la montaña y encontrarse con un rebaño, más aún si vas con niños o adolescentes, pues fijándote en cómo actúan las ovejas reconoces que su capacidad de despiste es muy grande. Resulta incluso humorístico comprobar la facilidad con que se aturullan. Pues eso nos ocurre a todos, pero especialmente a los chavales. Pueden estar muy cuidados, preservados, haber sido dóciles y de pronto, un día, se confunden.

Cabe reparar en esto porque desayunamos cada día noticias que hablan de los problemas severos de salud mental y anímica de los jóvenes, de sus adicciones, de tantos episodios de violencia en los que se ven envueltos. Pero quizás falta también poner la mirada no sólo en la debilidad de los rebaños, sino en la fortaleza de quienes los pastorean, sea en sus casas o en las escuelas.

Escuché el otro día comentar a un profesor que percibe en los últimos años obstáculos cada vez mayores en los adolescentes a la hora de contemplar la grandeza fuera de ellos, sea en la creación, en personas o en proyectos valiosos. Es decir, tienen serias dificultades para traspasar el propio caparazón del yo y mis circunstancias (esto es, lo que no me venga bien a mí, me da igual).

Siendo así, quizás un empeño de la educación debe ir en la siguiente dirección: tratar de ayudarles a superar el egocentrismo porque, además, justamente, trascender lo que uno piensa o quiere es lo que tantas veces, de manera insospechada, ayuda a resolver lo que se necesita. El problema es que esto debe propiciarlo el pastor, no limitándose a dar instrucción, conocimientos o alimento a sus ovejas -aunque sea necesario- para despertarles, sobre todo, la admiración de participar en su destino.

Por ello, aunque sea de un modo simplista, generalista (disculpen esta columna extraña) la vida se puede dividir en dos partes. Una primera etapa, siendo niños y adolescentes, consiste en recibir, pero, cuando uno ha crecido, sin dejar de ser nunca una oveja, pasa a ser pastor. ¿Y qué hace éste? No sólo sirve como guía para explorar el mundo que nos rodea (¡que ya es mucho en los tiempos que corren!), sino que también comparte con sus ovejas las actitudes que ha encarnado a lo largo de su vida. Entrega su vida, caminando con ellas.

En el fondo, todo es más sencillo. Lo ha señalado recientemente Josep Maria Esquirol en La escuela del alma. De la forma de educar a la manera de vivir. “Fácil de decir: educar tiene que ver con indicar e iniciar el camino que lleva a la madurez. Y ¿qué es la madurez? Pues también fácil de decir: dar frutos”.

 
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