El gran secreto

Anoche más de un niño conoció el gran secreto: de dónde viene la magia de los Reyes. Dos de mis sobrinos se hicieron mayores anoche. Es un momento en el que tiemblan las bases, pero puede ser aprovechado, por qué no, para pasar la fe a los más pequeños.

En los últimos meses, he asistido a misas en parroquias diferentes a la mía habitual. Allí la más joven era yo, con diferencia. Quien no me sacaba 20 años, me sacaba 40. Me sobrecojo al pensar en el futuro de mi querida Iglesia. Sin duda, algo falla en la transmisión de la fe -incluso de los valores de esfuerzo y sacrificio- a nuestros hijos y nietos.

La mañana del 6 es una mezcolanza de papeles, gritos, sueño e ilusión. Otra de mis sobrinas, una pizpireta niña de 4 años, me dio una lección. Mientras jugaba orgullosa con una tablet rosa recién desempaquetada, arrugó la nariz al oírme alabar su nueva adquisición: "Oye, también te la podías haber pedido tú, así que no me vengas con historias", me contesto con aires de quien dice algo obvio. Eso es fe inquebrantable en unos señores con barbas.

Recordado el momento en el que conocimos el origen de la magia de los reyes, para muchos fue un momento de frustración. Para mí, sin embargo, fue un momento de alegría. Mis padres me dijeron que, al igual que los magos dieron regalos al Niño, ellos querían adorar a Aquel a través de la figura de sus niños. Con el tiempo, veo que mis padres supieron aprovechar el momento para mostrarme a no mirar el dedo que señala, sino a quien señala. Ese día me sentí la niña más afortunada del mundo, ya que unos pajes de sus majestades habían sacrificado sus caprichos para darme los míos, y todo, como un modo de adorar al niño Jesús.

En el Año de la Fe, es buen momento para retomar su transmisión. A tiempo y destiempo. Como dice Dios en la oración del Shemá: "estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado" (Dt 6, 6-7). Y bien podemos sustituir "hijos" por "nietos". Si cada uno de los asistentes a misa transmitieran la fe a sus nietos, un gran ejército se estaría formando. Sin duda, es tiempo de los abuelos.

Anoche más de un niño conoció el gran secreto. Esperemos que no haya fomentado su escepticismo. Esperemos que los padres hayan sabido dirigir sus miradas más allá del dedo que señala.

chelizpaula@gmail.com

 

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