El futuro de la libertad de enseñanza en francia

Desde que se celebraron las primarias socialistas para elegir candidato a la elección presidencial del próximo mes de abril, la política en Francia vive un clima de campaña, aunque no haya comenzado oficialmente.

Y el ambiente, aunque aun es pronto para comprobarlo, es de alternancia en el poder, anunciado en los últimos comicios, que han llevado al Partido Socialista a dominar el Senado por vez primera en la historia de la V República. Una de las propuestas estelares de su líder François Hollande es justamente la reforma de la enseñanza, acentuando lo público.

En ese contexto, sorprende en España que la enseñanza católica afirme claramente que forma parte del servicio público educativo, a través de los centros con contrato de asociación (el equivalente a nuestros conciertos). Eso no es obstáculo para que exijan elementos básicos de la libertad de enseñanza, como la elección de escuela por los padres. Pero piensan en el conjunto del sistema: por eso han lanzado el 24 de enero, en antevísperas de la consulta de abril, un manifiesto dirigido a los candidatos a la presidencia. Puede consultarse en http://www.la-croix.com/Actualite/S-informer/France/Manifeste-de-l-ecole-catholique-_NG_-2012-01-24-761415.

En realidad, la ley Debré, aprobada en 1959, vino a resolver los problemas de financiación que atravesaba un sector sin apenas ayudas públicas. En la estela de Bélgica, creó la figura del contrato de asociación, por el que el Estado asumía muchos gastos de las escuelas bajo contrato, respetando al mismo tiempo el "carácter propio" de esos centros.

Se aseguró así la continuidad, pero –como se comprobó pronto‑, al precio de la "identidad" de los establecimientos. Discurría un periodo de adaptación de los institutos de vida consagrada a los textos del Concilio Vaticano. Muchos tenían la enseñanza como fin peculiar. El proceso no fue pacífico y, en la práctica, disminuyó llamativamente el número de religiosos en centros educativos, con el consiguiente deterioro en el plano confesional. Más o menos en el cambio de milenio, la organización de la escuela católica planteó un gran proceso de recuperación de su propia identidad, unida a la prioridad del gran objetivo de la calidad. Ha servido, sin duda, para detener la sangría y seguir avanzado con un prestigio creciente.

Escuela católica y escuela no estatal se identifican casi en Francia, por el peso abrumador de la primera, lo que preocupa a apóstoles de la laicidad, como Carolina Fourest. La columnista de Le Monde recordaba los datos: en septiembre había 8.200 escuelas católicas bajo contrato (1.961.037 alumnos), otros 256 centros judíos (38.000), ocho protestantes (2760), 82 escuelas bretonas católicas (4241), 44 bretonas Diwan (3076), 26 ikastolas (2508), 50 escuelas occitanas (1627) y ocho catalanas (6000). Toda una ruptura de la "unidad republicana", que presagiaría graves males para el futuro, según la periodista.

Lo cierto es que, como describe el Manifiesto, la escuela católica ‑más de 8.300 centros, desde preescolar hasta la enseñanza superior, incluyendo los departamentos de ultramar‑ tuvo más de dos millones de alumnos en 2011. Más de una familia de cada dos escolarizó al menos a un hijo en un centro católico durante sus años escolares. Casi el 50% de los jóvenes ha frecuentado en algún momento un centro católico.

Cuenta con un total de 137.000 profesores (aunque en los últimos años se han suprimido más de 5.000 plazas) y 80.000 personas con misión docente o de servicios. Además, actúan 215.000 voluntarios, de los cuales 50.000 participan en tareas de gestión. De otra parte, 823.000 padres están inscritos en la Asociación de Padres de Alumnos de la Enseñanza Libre (APEL), primera asociación de padres en Francia.

El documento lleva el expresivo título "Por el éxito de cada alumno". Se autodefine como manifiesto "al servicio de la nación". Y propone un "contrato de compromisos". Pues trata de dar razón de los problemas que ven los ciudadanos respecto de la escuela. En un estudio publicado en la revista L'Historie en septiembre de 2011, el 97% de los ciudadanos avalora la importancia de que la escuela enseñe saberes básicos, aunque sólo el 66% considera que lo hace; para el 96%, debe transmitir el gusto por aprender (sólo lo consigue para el 42%); el 93% entiende que ha de permitir el desarrollo de la confianza en sí mismos de los alumnos (38% en la práctica); otro 93% destaca el objetivo de la preparación profesional (sólo logrado para el 32%); en cuanto a reducir las desigualdades sociales, lo desea el 83%, pero sólo admite su alcance el 32%.

El manifiesto reitera el deseo de contribuir al éxito escolar, fijando objetivos concretos, y procurando el compromiso de los diversos protagonistas: Estado, colectividades territoriales (departamentos y regiones), directivos y profesores de los centros, padres de familia, responsables organizativos de la escuela católica.

 

Los requisitos previos del éxito escolar serían: 1) La prioridad de la igualdad de oportunidades. 2) El reconocimiento del papel central de los profesores. 3) La autonomía de los centros. 4) La variedad de itinerarios y soluciones frente a la uniformidad. 5) La garantía de la libertad de enseñanza, dentro del pacto republicano.

El Manifiesto denota madurez educativa y ciudadana. Supone todo un ejemplo, para mejorar iniciativas ya lanzadas en España o en periodo de estudios. Porque el futuro de un país se juega en la escuela.

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