Nuevo empujón de Benedicto XVI al ecumenismo

Escribo estas líneas avanzada la semana por la unidad de los cristianos, una iniciativa nacida en Estados Unidos hace más de un siglo. Ya se ve que el camino es largo y lento, aunque también vienen de América los más recientes motivos de esperanza, con la acogida de episcopalianos en un segundo Ordinariato personal creado por Benedicto XVI, con el emblemático nombre de la cátedra de san Pedro.

Ese evento me recordó una antigua ficha que no sé de dónde copié. Es un texto de San Leandro, en la homilía gratulatoria de la celebración, dentro del III Concilio de Toledo, en 589, de la recepción de los visigodos en la Iglesia católica. A Ella se dirige: "Tú no predicas otra cosa que la unión entre las naciones, tan sólo anhelas la unidad de los pueblos, no siembras otros bienes que la paz y la caridad: ¡alégrate, pues, en el Señor, porque no han sido defraudados tus deseos!"

No otra cosa anhela Benedicto XVI, que, como hace de vez en cuando, interrumpió en la audiencia del miércoles pasado su actual "escuela de oración", para hablar del fundamento del ecumenismo: la plegaria, porque la unidad es antes un don de Dios que resultado de esfuerzos humanos.

El Pontificio Consejo para la unidad de los cristianos y la Comisión Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias prepararon, como otros años, unos textos detallados para el octavario de 2012. Invitan a reflexionar sobre el lema Todos seremos transformados por la victoria de nuestro Señor Jesucristo (Cf. 1 Co 15,51-58). Ciertamente, ese enderezamiento hacia Cristo penetra todos los poros de la cabeza y del corazón de Benedicto XVI. Y resulta un buen pórtico para ir pensando en el año de la fe que comenzará en octubre: el Papa le da mucha importancia, porque considera gran problema de Europa –del mundo desarrollado‑ el cansancio en la fe.

La propuesta del tema procede del grupo polaco ecuménico: la historia de Polonia está marcada por invasiones y derrotas, por la lucha constante contra la opresión y a favor de la libertad; de ahí la invitación a reflexionar sobre el significado de las palabras "victoria" y "derrota".

El Papa subraya que "respecto a la 'victoria' entendida en términos triunfalistas, Cristo nos sugiere un camino bien distinto; su victoria no pasa a través del poder y la potencia. (...) Cristo habla de una victoria alcanzada mediante el amor, el servicio recíproco, la ayuda, la nueva esperanza y la confortación concreta dados a los últimos, a los olvidados, a los rechazados. Para todos los cristianos, la más alta expresión de este humilde servicio es Jesucristo mismo, su total entrega, la victoria de su amor sobre la muerte (...). Podemos tomar parte en esta victoria solamente si nos dejamos transformar por Dios".

De este modo, Benedicto XVI aplica al ecumenismo la "receta" que viene despachando con tenacidad ante las peticiones de reformas o cambios dentro de la Iglesia. Lo importante no es hacer, sino ser fieles a la fe en Cristo. También por esto, la unidad no es compromiso entre partes, aunque sea importante continuar avanzando en declaraciones conjuntas, como la de 1999, nada menos que en Augsburgo, entre luteranos y católicos sobre la doctrina de la justificación. El ecumenismo "requiere que nos dejemos transformar y adaptar en una imagen cada vez más perfecta de Cristo".

Esta realidad es plenamente compatible con seguir recorriendo caminos ecuménicos. En ese contexto se inscribe la tradicional visita a Roma, con motivo de la fiesta de San Enrique, de una delegación ecuménica de Finlandia. Este año la encabezaban el obispo católico Teemu Sippo, de Helsinki y el luterano Seppo Hakkinen, de Mikkeli. Benedicto XVI subrayó "nuestra profunda amistad y el testimonio común de Jesucristo, especialmente ante el mundo de hoy que, a menudo, carece de una verdadera dirección y anhela escuchar el mensaje de salvación". Reiteró que la unidad es don de Dios: "Esa paciente espera, mientras rezamos con esperanza, nos transforma y prepara para la unidad visible, no como la deseamos nosotros, sino como Dios la otorga".

El ecumenismo es "responsabilidad de toda la Iglesia y de todos los bautizados", como subrayó el Concilio Vaticano II y reiteró Juan Pablo II: "Esta unidad, que el Señor dio a su Iglesia y en la cual quiere abrazar a todos, no es accesoria, sino que está en el centro mismo de su obra. No equivale a un atributo secundario de la comunidad de sus discípulos. Pertenece en cambio al ser mismo de la comunidad" (Encíclica Ut unum sint, 9).

Queda claro también que resulta indispensable para la nueva evangelización: "La falta de unidad de los cristianos impide un anuncio más eficaz del Evangelio, pone en peligro nuestra credibilidad", aunque "por lo que se refiere a las verdades fundamentales de la fe, es mucho más lo que nos une que lo que nos divide". En definitiva, la predicación será "más fructífera si todos los cristianos anuncian juntos la verdad del Evangelio, dando una respuesta común a la sed espiritual de nuestro tiempo".

 

Estos días, la cristiandad vive esperanzadamente un clima sintetizado por san Josemaría en Forja 647: "Ofrece la oración, la expiación y la acción por esta finalidad: «ut sint unum!» ‑para que todos los cristianos tengamos una misma voluntad, un mismo corazón, un mismo espíritu: para que «omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!» ‑que todos, bien unidos al Papa, vayamos a Jesús, por María".

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