Intuición de inmortalidad

¿Por qué hay flores en las tumbas?

Siempre encontraremos personas que se mofan de la pretensión de inmortalidad o de la idea de resurrección. Lo hace Pennac a través del relator de una de sus últimas novelas –"Señores niños", totalmente prescindible-, por citar algo recién leído. Y lo niegan en general quienes no creen en algo más allá de lo mundano. Pero si no hay demasiados ateos es porque el sentido de trascendencia está muy presente entre los hombres desde los orígenes de la humanidad. No hacen falta las investigaciones de Raymond Moody en su famoso "Vida después de la vida", ahora reeditado, para que la mayoría piense en lo que hay más allá.

Sorprende que un autor como Amos Oz, judío de raza, agnóstico por rutina, manifieste en sus libros –por ejemplo en "La colina del mal consejo", recién editado- un cierto convencimiento de una existencia cíclica. Es una influencia oriental, de procedencia oscura en este autor, pero es una constante que hace pensar en un convencimiento o, al menos, un deseo. Es no admitir la enseñanza de su religión familiar ni la cristiana, pero apuntarse a algo que le asegura la inmortalidad. Porque la idea de que todo gira, todo vuelve, la reencarnación o cualquier otra modalidad, no es más que un modo de asegurarse que no muere definitivamente. Pero la inmortalidad judeocristiana es personal, mientras que la oriental es una fusión, que en el fondo es desaparecer.

La pretensión de inmortalidad está totalmente presente en "Bomarzo", magnífica novela histórica, escrita en los años sesenta que cuenta la vida de Pier Francesco Orsini, duque de Bomarzo, o quizá más aún la historia de un castillo, de un lugar, cuya fama se ha perpetuado hasta nuestros días gracias a los espectaculares grupos escultóricos creación de Vicino Orsini. Este duque del Renacimiento italiano nace bajo el auspicio de la inmortalidad. Toda su vida está marcada por esa seguridad. Pero él piensa no en lo que puede ocurrir después de la muerte, o sea en la resurrección, si no que está convencido de que no morirá. Hasta el momento de la muerte estuvo seguro de haberlo conseguido. Pero fue consciente, en el momento postrero, de que en el brebaje preparado para vivir siempre, sus enemigos pusieron el veneno.

Quizá la intuición más interesante del autor de esta magnífica obra, Múgica Láinez, es que la inmortalidad no hubiera sido para el duque nada más que purgación. La novela, con mucha precisión histórica, nos muestra brillantemente a un hombre de la época: amante del arte y la belleza, opuesto al ideal guerrero del Medievo, todavía muy presente en su época, y con un gran desprecio a la vida, que le lleva al asesinato a lo largo de toda su existencia. Un hombre que se va pervirtiendo poco a poco, hasta límites increíbles, pero que en el fondo guarda un hilo de fe que será su salvación in extremis.

Desde su depravación llega a entender con cierta lucidez que su inmortalidad perseguida será un auténtico tormento. Se ha quedado sólo, porque se ha deshecho de sus seres más queridos, y todo el tiempo que viva no será otra cosa que recordar sus fechorías y purgarlas. Una idea interesante que nos acerca a la realidad del Purgatorio, como paso necesario, como puerta imprescindible para llegar a la única inmortalidad feliz posible que es el Amor de Dios para siempre. El cristiano está convencido de ello. Los demás lo intuyen y les enciende tímidamente su esperanza.

Ángel Cabrero Ugarte

C.U. Villanueva

 

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