Prisión al instigador del crimen

Viaje al corazón del Amazonas: treinta años después, se resuelve el asesinato de un jesuita

Sobrinos de Vicente Cañas SJ y varios compañeros relatan su expedición para asistir al juicio y visitar a la comunidad indígena a la que sirvió como misionero

Expedición de miembros de la Compañía de Jesús al poblado indígena.
Expedición de miembros de la Compañía de Jesús al poblado indígena.

De la mano de las provincias jesuitas de España y Brasil, cuatro sobrinos de Vicente Cañas SJ, Kiwxí su nombre indígena, pudieron acudir en Cuiabá (Brasil) al juicio que, treinta años después, juzgaba al instigador del asesinato de su tío. Ese viaje les llevó, no sólo a alcanzar justicia y a visitar por primera vez la tumba de su tío, sino a cerrar un duelo abierto después de contemplar a la población indígena por la que su tío murió.

La coordinadora de comunicación de la provincia de España, Elena Rodríguez-Avial relataba su “querido” viaje a un grupo de periodistas y Religión Confidencial ha querido hacerse eco de esta expedición.

El relato está publicado en la web de la Compañía de Jesús. Sobrinos y jesuitas afirman que el sacerdote Vicente Cañas dio “su vida por cien Enawene Nawe; hoy esa comunidad la forman casi mil indios. Los más mayores y los que de niños le conocieron, recuerdan con muchísimo cariño a Kiwxí, nombre indígena de Vicente Cañas SJ”.

Juicio al instigador

Una de las razones del viaje fue asistir al juicio que acusaba a Ronaldo Antoniô Osmar, (único acusado vivo o en edad legal) de haber contratado a los sicarios que mataron a Vicente Cañas SJ en abril de 1987 y que venía a repetir el primer juicio de 2006 en el que todos los acusados quedaron libres.

Después de las muchas mentiras que hubo que escuchar en la sala, y de manera sorpresiva, José Ángel, Angelita, Rosa y María, los Cañas, pudieron celebrar el veredicto que condenó al entonces delegado de policía de Juína (Mato Grosso, Brasil) a 14 años de cárcel. En la sala, compañeros misioneros de Vicente, miembros del Consejo Misionero Indígena (CIMI) y de la Operación Misionera Amazonia (OPAN) indígenas, sacerdotes, laicos y el obispo se abrazaron por esta victoria simbólica que ayudará a no dejar impunes otros crímenes que, con demasiada periodicidad, se practican contra los indios y contra aquellos que les defienden”, cuenta la crónica.

En la expedición viajaban también tres jesuitas, dos de ellos del equipo itinerante del CIMI, el español Fernando López y el brasileño Vanildo Pereira, más el superior de la región jesuita de Mato Grosso, Antonio Tabosa. También formaba parte de la misma la coordinadora de comunicación de la provincia de España, Elena Rodríguez-Avial y un pequeño grupo de misioneros laicos del CIMI, institución que ayudó a fundar Vicente Cañas.

Encuentro con los indígenas

Tras el juicio, la “expedición Kiwxí partió a la floresta amazónica para ver con sus propios ojos lo que Vicente contaba a sus sobrinos cuando de pequeños quedaban absortos con las historias de mis indios, como él les llamaba”.

“Tras más de setecientos kilómetros contemplando una desoladora realidad -continúa el relato- la devastación de la Amazonía transformada en miles de hectáreas de plantaciones de soja, maíz, industrias calcáreas y empresas madereras, llegaron al interior de la selva. Y conocieron a la población Myky con la que Vicente, junto a su inseparable Thomas Lisboa, logró los primeros contactos pacíficos en 1971, cuando apenas eran 23 personas a punto de ser exterminadas”.

Como les explicó Betty, una religiosa compañera de Vicente que ha permanecido cuarenta años con esta población, los Mykys hoy ya tienen escuela y asistencia sanitaria, pero lo vital es que han conservado su identidad: “Una de las enseñanzas que nos pueden transmitir hoy es que en su propia lengua no existe el verbo vivir, sólo existe el verbo convivir” porque su identidad es esencialmente una expresión de su ser comunidad.

Esta visita, acompañada del sofocante calor del Amazonas, se vio calmada con un baño en el río Papagayos, junto al Puerto Escondido de donde partió Vicente Cañas en barca, días antes de morir. Allí los sobrinos de Vicente fueron “rebautizados” por Fernando López SJ y contemplaron el atardecer que acostumbraba a mirar su tío.

 

Tierra sin mal de los indios guaraníes

“De la aldea Myky partieron los dos coches por senderos de tierra roja plagados de animales extraños y preciosos de la creación. Tras un viaje exhausto llegaron al destino, la aldea Enawene Nawe. Y la escena que contemplaron parecía rememorar la “tierra sin mal” de los indios guaraníes a la que se referían los misioneros del siglo XVI”, describe el relato.

“Un pueblo lleno de vitalidad, energía, alegría, apego a la naturaleza que les proporciona todo lo que necesitan y mucha bondad. Un pueblo que respira espiritualidad a través de los rituales que practican durante 8 meses y de los que las mujeres de la expedición pudieron participar. Allí pasaron dos días, conviviendo con los Enawene Nawé, bañándose con ellos en el río, visitando sus “malocas” (viviendas comunales de cada clan) y escuchando a todos los que quisieron rememorar sus recuerdos vivos de Kiwxí”.

Besaron la tumba de su tío

De la aldea, en tres deslizadores (barquitas con motor) pilotados por Enawene Nawe, partieron al destino más doloroso, el “barraco” de Vicente donde pasaba sus cuarentenas para no contaminar a sus indios y donde fue asesinado. Cruzaron el río Iqué, Papagayos y Juruena; tras tres horas de espléndidas vistas alcanzaron el claro buscado. Allí besaron la tumba de su tío, lloraron su memoria y todo el grupo entonó una oración de agradecimiento por su vida. Sus sobrinos recordaron especialmente a sus padres porque dijeron estar cumpliendo su sueño, visitar la tumba del que fue su hermano y a la que nunca pudieron acudir.

En el camino de regreso la expedición tuvo todavía la suerte de conocer a la población Ribatska y comprar artesanía indígena y visitar el seminario de Diamantino, donde Vicente ejerció de hermano cocinero antes de partir a la selva y donde está enterrado Joao Bosco Penido Burnier SJ, asesinado en 1976 mientras defendía junto a Pedro Casaldáliga a dos mujeres torturadas en una comisaría de policía de Ribeirão Cascalheira, durante la dictadura militar (1964-1985).

A ciento veinte kilómetros de Cuiabá y a seis horas de partir el vuelo de regreso a España el coche se paró. Pero a la exhausta expedición le pareció un incidente mínimo para un viaje tan intenso, un viaje al corazón del Amazonas, un viaje para dar a conocer en esta “otra selva” la necesidad de defender la causa indígena, tan amenazada hoy.  


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