El nuncio en Bucarest, el español Javier Lozano, apoyó la protesta contra la construcción de un edificio junto a la catedral

A diez metros de la catedral de San José, en la capital de Rumanía, está a punto de quedar terminado un gran edificio de oficinas de 19 pisos, cuya construcción ha provocado la movilización de los católicos rumanos, con el arzobispo de Bucarest, Ioan Robu, al frente, y la intervención del nuncio, el español Francisco Javier Lozano.

Se trata de un coloso de estructura metálica de 75 metros de altura, con cuatro plantas de sótano, y más de 23.000 metros cuadrados para locales de negocios, denominado Cathedral Plaza.

El 12 de julio, todas las iglesias católicas del país cerraron sus puertas e invitaron a los fieles a congregarse en el interior de la catedral para una misa. Se trataba de una movilización sin precedentes desde la caída de la dictadura comunista, hace veinte años, organizada para protestar por la amenaza que para la catedral supone un edificio que sólo responde a la especulación inmobiliaria.

Acudieron ocho mil personas, parte de las cuales no pudieron entrar en el templo y siguieron desde el exterior, a través de una gran pantalla de televisión, las palabras del obispo. Aunque tiene fama de persona tranquila, monseñor Robu habló con gran claridad. “Rumanía –dijo- es un país muy rico, sobre todo muy rico en pobres. Hace falta tener el espíritu del mal para administrar de esta manera el país. Desde hace años, asistimos a peleas políticas que muestran que nuestros dirigentes no piensa en el bien común, sino en sus intereses y en los de su partido”.

El proyecto inmobiliario se inició en 1998, para un edificio de 17 metros de altura, pero que finalmente ha pasado a tener 75, y sin cumplir las normas de seguridad básicas en un país con alto riesgo sísmico. El arzobispo inició una ofensiva legal para detener las obras, pero el 25 de junio perdió la pugna en los tribunales. “Esta decisión –ha dicho el arzobispo- semeja una orden política o mafiosa en la que se escucha el sonido del dinero. Las autoridades nos han tratado con indiferencia y desprecio. Quizá porque somos una minoría insignificante y nuestro voto apenas cuenta. Desde hace años, ninguna autoridad nos ha querido escuchar. ¿Por qué? Somos también ciudadanos de este país, tenemos derecho a hacernos escuchar”.

Después de la misa, los miles de asistentes marcharon hasta la sede del Gobierno, entonando el “Padre nuestro” y otros cantos, mientras portaban pancartas de “Detened el genocidio cultural”, “Detened la masacre”. El Vaticano no ha permanecido al margen. El español Francisco Javier Lozano, nuncio en el país, habló a los asistentes diciéndoles: “He venido a veros en nombre del Santo Padre. Estoy aquí para expresaros su solidaridad. Mi presencia es testimonio del apoyo de toda la Iglesia católica. Somos millones en el mundo, no estáis solos”.

 

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