ENTREVISTA (II) / Rouco: "Pensar que en la Iglesia vamos a tener una buena prensa siempre, no va a ser posible"

En la segunda parte de la entrevista al cardenal Rouco que publicamos este domingo, el presidente de la Conferencia Episcopal pecibe que son "muchos los católicos que están actuando públicamente con conciencia muy despierta en todos esos aspectos de la discusión y debate social y político, aunque, añade, podrían ser más". Considera que en la relación de la Iglesia con el Estado es "irrenunciable que se respete el derecho a la libertad religiosa en plenitud: que el Estado no la recorte, no la reduzca". Sobre las frecuentes críticas que recibe la Iglesia, se muestra muy tranquilo y dice: "Pensar que vamos a tener una buena prensa siempre, que todo el mundo nos va a comprender, no va a ser fácil, ni siquiera posible".

Rafael Cobo

Además de culminar la JMJ, ¿qué objetivos se propone en su actividad al frente de la Archidiócesis de Madrid para los próximos años?

Nuestra gran preocupación pastoral es la familia. Es nuestro objetivo en el Plan Pastoral Trienal 2008-2011. En el curso 2008/2009 hemos dado ya un primer paso, al recobrar y reactivar la conciencia de lo que significan el matrimonio y la familia a la luz de la fe cristiana, en cuanto núcleo y fundamento de la sociedad. En el presente curso nos proponemos conocerla mejor, apreciarla y vivirla como escuela primera de la sabiduría y de la gracia. Dentro de la familia crecen en sabiduría y gracia, muy especialmente, las nuevas generaciones. No basta que los jóvenes crezcan física, psicológica o profesionalmente; es fundamental para ellos y su futuro el crecimiento de su espíritu en la sabiduría que llena de la luz verdadera, que despeja las grandes cuestiones de la vida; en definitiva, la luz de Dios que ilumina su alma y el corazón. Es decir, deben crecer en el don del amor de Dios, que es el que hace posible que el hombre ame de verdad. Esta pastoral de la familia está estrechamente relacionada con la pastoral de la JMJ; se complementan mutuamente.

Este año, además, viene marcado por la convocatoria del Año Sacerdotal que ha hecho Benedicto XVI. Sin duda alguna, un estímulo extraordinario para extremar el cuidado de las vocaciones sacerdotales y la formación de los aspirantes al sacerdocio. La importancia del Año Sacerdotal, por otra parte, para la pastoral juvenil y vocacional de Madrid es evidente. Nos anima a agradecer el don de las vocaciones que hemos recibido en los últimos años y nos obliga a todos – no sólo a los obispos– a preocuparnos por las vocaciones y a orar ininterrumpidamente, siendo conscientes de que son fruto en gran medida de las familias cristianas y, no en último lugar, de la sensibilidad espiritual de los propios sacerdotes.

¿Qué planes tiene como Presidente de la Conferencia Episcopal?

Permítame una observación previa: el Presidente de la Conferencia no es una especie de patriarca, o primado de Iglesia local, ni un ‘superobispo’. Es, sencillamente, el obispo que preside, como “uno entre iguales”, la CEE. El Presidente no tiene facultades para desarrollar programas pastorales propios. La facultad que le otorgan los Estatutos de la Conferencia Episcopal no implica ningún poder de gobierno pastoral propiamente dicho.

Esto supuesto, se puede decir que los obispos de España, unidos en la Conferencia Episcopal, abordan este curso pastoral 2009/2010 planteándose tres grandes temas de estudio: el sacerdocio y las vocaciones sacerdotales; la vida consagrada; y la presencia y acción de la iglesia en la sociedad ante los problemas provocados por la crisis económica. En el inmediato pasado, nuestras preocupaciones pastorales comunes se reflejaron en documentos sobre el terrorismo, la pastoral familiar, los problemas doctrinales y las grandes cuestiones ético sociales y ético jurídicas de la España contemporánea, el problema de la inmigración… Con el estudio de esas tres grandes materias a las que he aludido, creemos responder a las necesidades del presente y del futuro de la Iglesia en España como “los signos de los tiempos” nos señalan.

Ya en pleno siglo XXI, en España todavía no se han normalizado las relaciones entre la Iglesia, los cristianos y el Estado. ¿Qué ocurre?

Uno de los aspectos importantes que condicionan la vida de la Iglesia es, ciertamente, su relación con el Estado, que organiza la sociedad en función del bien común. Al que no es ajena la actividad de la Iglesia, y que el Estado no puede convertir en una parte de sí mismo, como si fuese una institución que le pertenece. La libertad de la Iglesia se apoya en un derecho fundamental, reconocido por la cultura jurídico-democrática de Europa y del mundo que nace con la II Guerra Mundial: derecho a la libertad religiosa.

 

La relación de la Iglesia con el Estado es significativa, no sólo para su Jerarquía, sino también para sus fieles. La vida ordinaria de la comunidad de los cristianos se entrelaza inextricablemente con la vida corriente de la comunidad de los ciudadanos. La base primera e irrenunciable para que esa relación se configure adecuadamente es que se respete el derecho a la libertad religiosa en plenitud: que el Estado no lo recorte, no lo reduzca, no lo confunda o lo desfigure sino que lo garantice en su integridad. El derecho a la libertad religiosa es un derecho, no sólo individual sino también social; un derecho no sólo de la persona, que se asocia para la actividad específicamente religiosa, sino también de las realidades religiosas mismas institucionales, resultado de las opciones personales que los mismos ciudadanos han elegido en materia de religión. Luego se debe interpretar bien el ámbito de vida al que llega la experiencia religiosa, planteada y realizada íntegramente: el de la moral personal, del matrimonio y la familia, de la enseñanza y el servicio social, de la caridad. Todos ellos campos de vida personal y colectiva inseparables de la experiencia religiosa y, por tanto, protegidos por el derecho a la libertad religiosa, que tampoco en estos casos puede ser negada, obstaculizada o restringida.

El Estado ha de respetar y salvaguardar esa libertad de los cristianos de poder serlo activamente en todo el ámbito de la realidad social y humana en la que están implicados como ciudadanos. Debe serles posible y factible, por ejemplo, el propugnar en los distintos campos de la vida pública los grandes principios de la moral cristiana respecto del matrimonio y de la familia, del derecho a la libertad de enseñanza y a la enseñanza de la religión y la moral cristiana en la escuela, etc. Todo ello configura una problemática de una enorme actualidad.

Subrayaremos la gran preocupación, cada vez más extendida y reflejada en la opinión pública, por el problema de la educación en España. Las estadísticas internacionales sobre nuestro fracaso escolar son bien conocidas. El fenómeno de la creciente violencia juvenil también. Hay que buscarles sus causas: su causa más profunda. No vale esconder su verdad debajo de fórmulas pedagógicas puramente instrumentales y utilitaristas.

Un dato, sin embargo, muy positivo ha de ser destacado en las relaciones Iglesia-Estado: el importante paso que se ha dado con la reforma de la financiación de la Iglesia.

¿Cree que las últimas políticas del Gobierno –aborto, símbolos religiosos, asignatura de religión- han activado a los católicos para defender su patrimonio cristiano?

Permítame una advertencia previa. El Gobierno no ha tomado todavía ninguna medida normativa en relación con los símbolos religiosos, que yo sepa. En cualquier caso sí es verdad que son muchos los católicos que están actuando públicamente con conciencia muy despierta en todos esos aspectos de la discusión y debate social y político, que afectan tanto a derechos fundamentales de la persona humana y de las familias; aunque podrían ser más. En todo caso, el compromiso público de los católicos en torno a estas cuestiones es mayor que en otras épocas.

¿Cuándo cree que se superará en España la actitud de sospecha, de crítica hacia la Iglesia, común en medios de comunicación, en algunos sectores políticos y en ámbitos de la cultura?

Habría que evocar, ante su pregunta, la frase de Jesús en el Evangelio: “¡Ay, si todos os alaban!”; o, la de las Bienaventuranzas: “¡Bienaventurados cuando os persigan en mi nombre!”. En el fondo, sigue viva esa dialéctica inevitable entre la Iglesia, “signo” sacramental de la presencia aquí y ahora de Jesucristo entre los hombres, y el rechazo de muchos a la verdad. Acompañará siempre la vida de sus hijos. Otra cosa es que demos nosotros pie, por nuestros pecados, a que esa dialéctica se convierta en una fácil arma de descrédito, de olvido y negación del significado de la Iglesia para el bien del hombre y de la sociedad. El pecado también se da entre nosotros, los que formamos parte de la Iglesia: los que estamos bautizados. Esa tensa relación no es ajena, por supuesto, a la realidad del propio corazón humano: ¿Quién puede afirmar de sí mismo que está libre de pecado? Pensar que vamos a tener una buena prensa siempre, que todo el mundo nos va a comprender, no va a ser fácil, ni siquiera posible. De todos modos, hay que aspirar a que mejore esa visión de la Iglesia. ¡Que sea objetiva! A mí siempre me ha llamado la atención el poco aprecio de muchas personas hacia la gran historia de España, configurada y animada por la fe católica de sus hijos. Una historia singular como pocas. Se ignora, se desconoce. ¿Cuántos chicos españoles saben quiénes fueron Santa Teresa de Jesús, o San Ignacio de Loyola, probablemente las figuras más universales de nuestra historia común?

Cuando usted dice que, si las familias rezaran más el Rosario, se evitarían muchos problemas, ¿es consciente de que las personas sin fe no le entienden?

A lo mejor en el interior de su conciencia lo entienden mejor y más de lo que dicen. Porque hay mucha gente que disimula, que no quiere entender, y, al no querer entender, se viste de ese ropaje ‘light’ tan de moda, que muchas veces es más pose que auténtica experiencia de lo que se está viviendo. Muchos son los que sí saben lo que significa rezar el Rosario. En el trasfondo humano y espiritual de lo que sucede, ¿cómo se va a resolver el grave problema de maduración moral y humana de los jóvenes sin ninguna referencia espiritual, a las grandes realidades de la vida, y, vamos a decirlo claramente, sin referencia a Dios? ¿Cómo se puede esperar que tenga solución? No es posible.

Los padres parecen estar superados. Muchos no saben cómo manejar a sus hijos.

Se dice que hay que prohibir más. Ésa no es la solución. Hay que transmitir ideales. Hay que dar respuestas positivas a los jóvenes, para que comprendan y asuman el valor del control de sí mismos, de la disciplina, del estudio, del esfuerzo… No son suficientes las metas a ras de tierra, del simple y puro triunfo en la vida. Eso de que “vas a ganar mucho dinero si sacas buenas notas”, llega un momento en el que tampoco funciona. Hay familias en las que, a los chavales, lo que no les falta es dinero; pero sí pueden faltarles el padre, la madre, el amor de su familia. No son pocos los que andan por la vida huérfanos de verdadero amor. Necesitan unos padres que les ayuden a encontrarse a sí mismos en la gran verdad de sus personas. No estaría mal recordarles la situación de tantos jóvenes como ellos, en muchos países del mundo, a quienes les falta de todo. Los chavales de Malawi o de Nigeria, por ejemplo, no pueden permitirse “sus lujos”.

La importancia de mantener las raíces cristianas tampoco se entiende en la calle.

Permítame de nuevo que no esté de acuerdo con la afirmación contenida en su pregunta. Sí entienden muchos ciudadanos en Europa lo que nos estamos jugando todos si ignoramos sus raíces cristianas. En la primera visita de Juan Pablo II a España, el último día, en la catedral de Santiago de Compostela, en uno de los más vibrantes discursos que yo le he oído, advertía: “Europa, sé tú misma”. Era el año 1982. La evolución de los acontecimientos, en los 27 años transcurridos desde entonces hasta ahora, en la vida de las sociedades europeas –por supuesto, también en la española– no le ha hecho perder ni un ápice de su actualidad. Europa vive momentos nuevos ante la presencia creciente del mundo islámico. Ése es el contexto. Es posible que haya gente que no quiera tomar nota de la profunda problemática no sólo política y social, sino, sobre todo, cultural y espiritual que se avecina sobre nosotros. ¿Qué y quiénes somos nosotros los europeos? ¿De dónde proceden los criterios intelectuales, éticos, culturales y religiosos que han inspirado nuestra visión del hombre y del mundo y que han configurado las instituciones fundamentales para la vida del hombre, como son, sobre todo, el matrimonio, la familia, el Estado y su ordenamiento jurídico? ¿Qué hacemos con todo el patrimonio histórico artístico de catedrales, iglesias, monasterios, bibliotecas, de los usos y modelos populares de cultura y organización social, que conforman nuestras vidas e historias personales y colectivas? ¿De dónde viene todo esto?

¿Debe hacer algún tipo de autocrítica la Iglesia española sobre cómo está comunicando su mensaje?

Cuando hay un santo por medio, se comunica fantásticamente. Si había un inepto para la comunicación, entendida en el sentido teórico de la expresión, era el Cura de Ars, San Juan María Vianney. Este hombre, al final de su vida, era una de las personas más conocidas y populares de Francia, de las más influyentes espiritualmente. Algún biógrafo afirma que por su confesionario pasaron, el último año de su vida, 80.000 personas. Y ¿qué ocurre con la Iglesia española al comunicar su mensaje? Que quizá no vivimos el Evangelio en toda su plenitud de verdad y de vida. Nuestros fallos están ahí, sobre todo en el testimonio auténtico de la verdad de Jesucristo y de su Evangelio. Naturalmente es obligado reconocer que hemos de mejorar la transmisión intelectual de la doctrina, lograr una comunicación más atractiva… Todo eso y más, es innegable; pero, cuando hay santos por medio, el problema queda resuelto radicalmente.

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