Suprimida la abadía cisterciense de la Santa Cruz en Jerusalén después de cinco siglos

Mediante un decreto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica aprobado por el Santo Padre, se ha suprimido la abadía cisterciense de la Santa Cruz de Jerusalén, en Roma.

La Basílica ganó cierta “popularidad” en 2008, cuando Benedicto XVI inauguró un evento extraordinario, promovido por la RAI, consistente en la lectura integral de la Biblia durante siete días y siete noches sin interrupciones y comentarios. El Papa leyó un pasaje del libro del Génesis en conexión televisiva desde el Vaticano. Entre los lectores que se sumaron a la iniciativa en la basílica romana figuran el ex presidente de la República italiana, Carlo Azeglio Ciampi, Giulio Andreotti y el cardenal secretario de Estado, Tarcisio Bertone.

Sin embargo, las cosas cambiaron pocos meses después, y ante las noticias de diversas irregularidades, entre las que destacaban abusos litúrgicos, violación reiterada de la clausura y la regla cistenciense, y actitudes y actividades mundanas de los monjes, la Santa Sede decidió realizar una visita apostólica.

Confirmados los hechos tras una investigación a fondo, se instó al abad a abandonar el templo, así como a todos los monjes, muchos de los cuales tienen más de ochenta años. Actualmente siete de ellos se resisten a dejar la basílica, que se ha confiado a un sacerdote diocesano.

El decreto, firmado el 11 de marzo de 2011 por el arzobispo João Braz de Aviz, prefecto del citado dicasterio vaticano, dice: “La Congregación, que tiene la tarea de intervenir en todo lo que está reservado a la Santa Sede por lo que respecta a la vida consagrada, al final de la visita apostólica “ad inquirendum et referendum” suprime la Abadía de Santa Cruz en Jerusalén en Roma, y dispone que los monjes que residen allí se trasladen, en el plazo de dos meses, a los monasterios de la Congregación de San Bernardo en Italia, según lo determinado por el comisario pontificio dom Mauro Lepori, Abad General de la orden cisterciense”.

La Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén es una de las siete metas de cualquier peregrino que visite la Ciudad Eterna. Construida hacia el año 350 a partir de uno de los palacios imperiales, alberga una de las reliquias más preciadas de la cristiandad: las astillas de la Santa Cruz que santa Elena, madre del emperador Constantino, descubrió en Jerusalén y llevó consigo a Roma. Desde el siglo XVI, este venerado templo está bajo la custodia de los monjes cistercienses que vivían en la abadía aneja.

Según algunos, el abad había “subido demasiado en autoestima y cuando se escala demasiado se provocan muchas envidias”. Otros piensan que la experiencia de la lectura de la Biblia y la capilla de la Palabra que hizo colocar el abad como fruto de esta iniciativa “fue impuesta por la RAI y ya en ese momento la comunidad se había dividido en torno a este tema”.

La contestación al abad probablemente surgió en la misma comunidad cisterciense, a causa de la una notoriedad tal vez muy elevada para alguien que, mientras dirigía una comunidad, seguía siendo monje, y por lo tanto, debía llevar una vida reservada, oculta y pasar más bien desapercibido.

Como sucede en casos análogos, hay reacciones para todos los gustos; fieles que desde el primer momento apoyan incondicionalmente a los “desheredados”, porque consideran que esta medida es injusta y exagerada, y otros que acatan esta “dolorosa” decisión pensando que una buena limpieza -como está tratando de llevar a cabo Benedicto XVI- repercute en el bien de las almas.

 

Alfonso Bailly-Bailliére

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