Permiso para tocar la tumba Juan Pablo II

Pocos días antes del quinto aniversario del fallecimiento de Juan Pablo II, que este año coincide con el Viernes Santo, 2 de abril, Benedicto XVI recordó a su predecesor durante la misa celebrada el lunes por la tarde en la basílica vaticana.

El Papa subrayó en su homilía que a lo largo de los casi 27 años de pontificado, Juan Pablo II “se prodigó en proclamar el derecho con firmeza, sin debilidades ni vacilaciones, sobre todo cuando tenía que hacer frente a resistencias, hostilidades o rechazos”.

Comentando el gesto de María de Betania, que unge con perfume los pies de Cristo, el pontífice afirmó que toda la vida del venerable Juan Pablo II se desarrolló en el signo de esa caridad, de esa “capacidad de entregarse con generosidad y sin reservas, sin medida, sin cálculo”, debido a su amor incondicional a Cristo, y hoy se difunde en el mundo ese perfume del amor de Dios.

El Papa destacó que la certeza de contemplar la bondad del Señor en la tierra, que acompañó al difunto papa polaco en toda su vida y sobre todo al final de su existencia, con la progresiva debilidad física, “no mermó jamás su fe inquebrantable, su luminosa esperanza, su caridad ferviente. Se dejó consumir por Cristo, por la Iglesia, por el mundo entero: el suyo fue un sufrimiento vivido hasta el final por amor y con amor”.

Dirigiéndose al cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia, y secretario de Juan Pablo II, venido a Roma con un nutrido grupo de fieles polacos, señaló que la vida y la obra de Karol Wojtyla suponen un motivo de orgullo y un llamamiento “a ser fieles testigos de la fe, de la esperanza y del amor, que nos enseñó ininterrumpidamente”.

En estos cinco años transcurridos desde la muerte, la blanca tumba de Juan Pablo II en las Grutas Vaticanas ha atraído a cientos de miles de fieles de todo el mundo, no solo cristianos. Algunos días pasan ante la tumba unas 20.000 personas. Normalmente los peregrinos se detienen a rezar brevemente. Hay quienes dejan una flor o una nota manuscrita en la que escriben una intención -un favor- que esperan que Dios les conceda por intercesión del Papa. De vez en cuando, alguien pide permiso para tocar la tumba con la mano o con un rosario que se lleva como reliquia.

Por Alfonso Bailly-Bailliére

 

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