Un Papa ecologista

Benedicto XVI gusta de hablar de ecologismo. Recientemente, en un par de ocasiones ha retomado el discurso ecológico para hablar del problema de la contaminación. A los futuros embajadores de la Santa Sede, que se preparan en la Academia Eclesiástica romana, les ha exhortado a evitar los efectos negativos de la mentalidad de este mundo y a no dejarse contaminar por lógicas demasiado terrenas. Benedicto XVI aprovechó para recordarles que, aunque su misión futura comporte estar en el mundo y enfrentarse a los problemas sociales y políticos, no deben dejar de manifestar su identidad cristiana y sacerdotal. El domingo, hablando de los signos de Pentecostés, que rememora la llegada del Espíritu Santo en forma de “viento impetuoso” y “lenguas de fuego”, el Papa dijo que el Paráclito es para la vida espiritual, lo que el aire para la vida biológica. Del mismo modo que existe una contaminación atmosférica que envenena el ambiente, existe una contaminación del corazón y del espíritu que envenena la vida espiritual. Para aclarar este concepto, el pontífice puso como ejemplos de “productos contaminantes de la mente y el corazón”, las imágenes que convierten en un espectáculo el placer, la violencia o el desprecio del hombre o de la mujer. Y subrayó que es importante “respirar aire puro, tanto el aire físico con los pulmones, como el aire espiritual con el corazón”. Refiriéndose a la sugestiva imagen del fuego, el Papa señaló que, cuando el ser humano se hace con las energías del cosmos, acaba creyéndose Dios y quiere transformar el mundo excluyendo, dejando a un lado o incluso rechazando al Creador del universo. Al no querer ser imagen de Dios, sino de sí mismo, se declara “autónomo, libre, adulto”. En este contexto, advirtió que cuando el hombre se aleja de Dios, su gran potencial técnico se vuelve peligroso, como demuestran “las tragedias de Hiroshima y Nagasaki, donde la energía atómica, utilizada para fines bélicos, terminó por sembrar la muerte en proporciones inauditas”. Lo mismo podríamos decir de quienes seleccionan genéticamente embriones -como si tratara de simple material de laboratorio- para combatir enfermedades, o de los “científicos modernos” que están a un paso de producir seres humanos “a la carta” porque les ciega el deseo de ser más que Dios. El Papa habla sobre todo de ecologismo espiritual. Pero es ecologismo al fin.

Por Alfonso Bailly-Bailliére (Roma)

 

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