¿Qué dijo Pablo VI sobre la llegada del hombre a la luna?

La luna y la idolatría del dominio sobre el mundo. “Hoy es un día grande, un día histórico para la humanidad, si realmente esta noche dos hombres ponen el pie en la luna”. El Papa Pablo VI pronunciaba estas palabras el domingo 20 de julio de 1969, pocas horas antes de que la misión espacial del Apolo 11 lograra ese objetivo histórico.

El Santo Padre contempló el cielo desde el Observatorio Astronómico de la residencia estival de Castelgandolfo, y en un momento determinado abandonó el telescopio y se sentó frente a la televisión para seguir el gran evento bien entrada la madrugada.

En su meditación precedente al rezo del Ángelus, el Pontífice habló del cosmos, “que nos abre su rostro mudo, misterioso, en el marco sin límites de los innumerables siglos y de los espacios sin medida”. Y se preguntaba entonces: “¿Qué es el universo, dónde, cómo, por qué?”.

El Papa invitaba a meditar también sobre el ser humano, que “domina el universo con su pensamiento”, y sobre el progreso, porque el desarrollo científico había logrado una meta que parecía inalcanzable. Llamaba la atención sobre el hecho de que el poder humano, “la pasión por los instrumentos, por los productos del ingenio”, llegase a convertirse en una idolatría, de la que, advertía, hay que protegerse.

En este contexto son muy significativas las siguientes palabras del Papa: “Es necesario que el corazón del ser humano sea tanto más libre, más bueno, más religioso, cuanto la potencia de las máquinas, de las armas, de los instrumentos que el hombre pone a su propia disposición es mayor y más peligrosa”.

En ese “día fatídico”, decía Pablo VI refiriéndose siempre al 20 de julio, “verdadero triunfo de los medios producidos por el hombre, para el dominio del cosmos, no debemos olvidar la necesidad y el deber que tiene de dominarse a sí mismo”.

Esta advertencia, realizada hace cuarenta años, sigue siendo muy actual. También la nueva encíclica de Benedicto XVI, “Caritas in veritate”, dedicada al verdadero desarrollo de la humanidad, concluye recordándonos que el hombre no debe llegar a ser esclavo de la técnica. Más bien debe perseguir el desarrollo integral con responsabilidad, consciente de que en la caridad y en la verdad alcanza su fuerza propulsora.

 

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