“No hay nada digno de elogio para que este modelo se extienda a los demás”

George Weigel relata la crisis alemana de la Iglesia católica

En un artículo publicado en Catholic World Report

George Weigel
George Weigel

Rara vez se encuentra, entre los clérigos alemanes de hoy, una apertura franca, nacida del reconocimiento de que algo ha ido terriblemente mal y de que otro enfoque para la evangelización y la catequesis debe ser hallado.


La Iglesia del siglo XXI debe mucho al catolicismo alemán del siglo XX: por su generosidad con los católicos del Tercer Mundo; por el testimonio de mártires como Alfred Delp, Bernhard Lichtenberg y Edith Stein; por sus contribuciones en los estudios bíblicos, la teología sistemática y moral, la renovación litúrgica y la doctrina social de la Iglesia. A través de todo ello, el catolicismo alemán jugó un papel de liderazgo en los esfuerzos del Concilio Vaticano II para renovar el testimonio católico de cara al tercer milenio. En el Concilio, el Rin desembocó en el Tíber; no olvidemos que el Sena, el Mosa, el Potomac y el Vístula también lo hicieron. Pero el caudal del Rin fue fuerte.

Todo ello intensifica el impacto que produce la lectura del informe que los obispos alemanes ha elaborado para la preparación del próximo sínodo de octubre. Uno de mis correspondientes considera que esta declaración, de facto, es un cisma. Lo leí como un involuntario cri du coeur; una confesión de desastre catequético y de fracaso pastoral a escala nacional; desastre y fracaso al que el episcopado alemán no tiene ninguna respuesta excepto para instar a los demás a avanzar por un camino que ha llevado el catolicismo en Alemania a una profunda incoherencia.

Cuando trato de hablar de esta catástrofe con clérigos alemanes de relevancia, uno rara vez encuentra, en estos días, una apertura franca, nacida del reconocimiento de que algo ha ido terriblemente mal y de que se debe encontrar otro enfoque para la evangelización y la catequesis; algo así como un catolicismo completo, enraizado en la alegría de un Evangelio predicado y vivido en su plena integridad. Lo que más bien a menudo se encuentra es una terca duplicación. "Usted no entiende nuestra situación" es la antífona, típicamente expresada con cierta vehemencia.

Pero, ¿realmente es el caso de que nosotros, los obtusos no alemanes, somos incapaces de comprender? Las estadísticas de la práctica católica alemana –o, con mayor precisión, de la falta de la misma- no son secretos pontificios. Estas estadísticas van acompañadas por aquello que ve un visitante de las ciudades alemanas cualquier domingo: en gran parte del país, las iglesias están vacías. Ahora viene este informe para el sínodo, el cual sugiere que, en materia de matrimonio, familia, moralidad del amor humano y las cosas que llevan a la genuina felicidad, el pensamiento católico alemán es prácticamente indistinguible del de los no creyentes.  

Aún así, la respuesta que el episcopado alemán sugiere es que un mayor embrutecimiento de la doctrina y de la práctica sería la respuesta, solo que ahora a escala global. Estamos ante un hecho ciertamente remarcable. Y ciertamente será remarcado, aunque no favorablemente, en Roma, el próximo mes de octubre.  

En octubre de 2001 tuve una intensa conversación de dos horas con el cardenal Karl Lehmann, quien ahora es uno de los 'grandes hombres mayores' de la jerarquía alemana. Hablamos de la crisis de fe en toda Europa -y de la crisis demográfica relacionada con ella- con amplitud. Entonces, el cardenal me ofreció un ejemplar de su libro más reciente: Ahora es el momento de pensar en Dios.

Tengo que decir que el título me pareció... sorprendente. Sabía que él lo escribió como un desafío a la laicidad reinante de la época, pero había que preguntarse: ¿Qué más tienen que hablar este distinguido erudito -y el resto de sus colegas de las zonas más altas de la teología alemana- al cabo de todos estos años?

Para convertir un cuento muy largo en otro muy corto, diríamos que a menudo han-estado-hablando-acerca-de-estar-hablando de Dios, es decir; que con frecuencia han estado persiguiendo sus propia cola para tratar de responder a la crisis de fe en la modernidad tardía. Y, al hacerlo, habrían quedado atascados en el interior de lo que el filósofo polaco Wojciech Chudy, un bisnieto intelectual de Juan Pablo II, llama “la trampa de la reflexión”, que sería un post-kantiano pensar-sobre-el-pensamiento-sobre-el-pensamiento, en lugar de pensar la realidad; en este caso, el Evangelio y sus verdades. Menos elegantemente, yo describiría “la trampa de la reflexión” de Chudy como un pozo de arenas movedizas donde el subjetivismo deviene en una auto-absorción de la que es difícil que uno mismo se extraiga para responder a la llamada del Maestro: “Ven y sígueme”.

La crisis de la Iglesia católica en Alemania no es principalmente institucional; la Iglesia católica en Alemania es el segundo mayor empleador del país y una de sus instituciones más sólidas. Es una crisis de fe. El catolicismo alemán está en crisis porque los católicos alemanes no han abrazado al Señor Jesús y su Evangelio con pasión, convicción y alegría, y están buscando su felicidad en otro lugar. Esto es triste; esto es trágico; esto es desalentador.

 

No hay nada digno de elogio para que este modelo se extienda a los demás, excepto como advertencia sobre los efectos que produce rendirse al espíritu de la época. 

El artículo original puede leerse en inglés pulsando en el siguiente enlace

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