Tres días de oración por decreto presidencial

No se puede juzgar a un país por un acto en concreto, pero qué duda cabe de que Europa podría aprender de la naturalidad con la que Estados Unidos vive la presencia del hecho religioso en la sociedad. No hay discurso que no arranque y termine con una alabanza a Dios y rezar en sociedad es un acto de cohesión patria.

La última de estas iniciativas la ha lanzado el propio presidente de los Estados Unidos. Cuando arrancaba la campaña demócrata a la reelección y a pocos días de la conmemoración de los atentados del 11-S, Barak Obama decretaba tres días de oración oficial por las víctimas de aquella matanza. Y lo hacía bajo una clara premisa: “Los que nos atacaron querían privar a nuestra nación de los ideales que defendemos, pero tras la tragedia, el pueblo estadounidense mantuvo vivas las virtudes y los valores que nos convierten en quienes somos y quienes debemos ser siempre”.

En la pluriforme sociedad americana, donde los credos comparten espacio público sin mayores dificultades, Obama supo pedir las oraciones de todos: “Pido al pueblo estadounidense que honre y recuerde a las víctimas del 11 de septiembre de 2001 y a sus seres queridos a través de la oración, la contemplación, servicios religiosos en su memoria, visitando monumentos, haciendo sonar campanas, vigilias con velas u otras ceremonias”.

En Europa profesamos un falso pudor a mostrar en público cualquier tipo de sentimiento religioso, que queda relegado, por la imposición de lo políticamente correcto, a la esfera de lo privado. Bien podríamos aprender de una nación donde la separación entre religión y política es evidente pero donde han sabido mantener el vínculo natural de toda persona con el hecho religioso.

Zenón de Elea

 

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