El Papa animó a mirar la señal de Dios en el pesebre, donde se hace "niño que se deja tocar y pide nuestro amor"

“Cuánto desearíamos, subrayó el Papa, un signo diferente, irrefutable del poder de Dios”. Y sin embargo, “la señal de Dios, la señal que ha dado a los pastores y a nosotros, no es un milagro clamoroso. La señal de Dios es su humildad. La señal de Dios es que Él se hace pequeño; se convierte en niño; se deja tocar y pide nuestro amor”.

Los pastores fueron el hilo conductor de toda la homilía de Benedicto XVI en la Misa del Gallo. La historia de los pastores vigilantes narrada en el Evangelio con un propósito preciso: la de responder de forma justa al mensaje que se dirige también a nosotros y que anuncia el nacimiento de un Salvador, la llegada de un Mesías que no pude dejarnos indiferentes.

La figura de los pastores vigilantes dió pié al Papa a utilizar un símil para resaltar que tenemos que estar despiertos para poder recibir el mensaje. “La diferencia entre uno que sueña y uno que está despierto –explicó- consiste en que quien sueña está encerrado en un mundo que obviamente es sólo suyo y no lo relaciona con los otros. Despertarse significa salir de dicho mundo particular del yo y entrar en la realidad común, en la verdad, que es la única que nos une a todos.

“El conflicto en el mundo, la imposibilidad de conciliación recíproca, es consecuencia del estar encerrados en nuestros propios intereses y en las opiniones personales, en nuestro minúsculo mundo privado. El egoísmo, tanto del grupo como el individual, nos tiene prisionero de nuestros intereses y deseos, que contrastan con la verdad y nos dividen unos de otros”.

Benedicto XVI afirmó también que en cada alma, de modo oculto o patente, hay un anhelo de Dios, y lamentó cómo la mayoría de los hombres no considera una prioridad las cosas de Dios, cómo “en la lista de las prioridades, Dios se encuentra frecuentemente casi en último lugar”. Y de nuevo recurrió al ejemplo de los pastores para aprender de ellos a “no dejarnos subyugar por todas las urgencias de la vida cotidiana”.

“Vivimos en filosofías, en negocios y ocupaciones que nos llenan totalmente y desde las cuales el camino hasta el pesebre es muy largo. Dios debe impulsarnos continuamente y de muchos modos, y darnos una mano para que podamos salir del enredo de nuestros pensamientos y de nuestros compromisos, y así encontrar el camino hacia Él”.

 

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