Sexología y escatología

Un singular cóctel de espiral del silencio, de censura posterior y de frívolo e hipócrita juicio, se ha impuesto sobre las declaraciones públicas de distinguidos eclesiásticos al respecto de todo lo que tenga que ver con la sexualidad.

En una situación cultural en la que el pansexualismo se queda corto y ha dado el paso hacia una dinámica de totalización sexual, incluso en los métodos de su presencia, parece que a la Iglesia no se le permite, desde la especificidad de su doctrina, incluso desde lo específico de su lenguaje, ofrecer su concepción de una realidad que es sustantiva de la persona y de la que depende, en gran medida, la realización, perfeccionamiento y desarrollo de la persona.

Nuestra sociedad, obsesionada por el sexo, pretende, desde la industria cultural, intelectual y audiovisual, y por qué no política, marcar las líneas a quienes osen abordar esta cuestión. Por tanto, hay muchos empeñados en impedir el ejercicio libre de la propuesta pública de una visión integral de la persona. Si la única ideología que triunfó en la revolución del mayo del 68 fue al sexual, ahora está activada por su fácil matrimonio con el capital y con el comercio, es decir, con la sociedad de consumo.

Digamos algo a propósito de la última carta, o artículo, -por eso de no desvirtuar los géneros de magisterio episcopal-, del obispo de Córdoba, monseñor Demetrio Fernández. Uno de los pocos prelados que, en esta también proliferación de textos de los obispos por causa de las hojas diocesanas, se ha atrevido a glosar públicamente la segunda lectura de la misa del domingo pasado y a meterse en terrenos en los que priman las verdades del barquero. Y ojo porque hay no pocos, no sólo fuera de la Iglesia, que están aprovechando este tipo de actuaciones para crear estereotipos y fantasear sobre perfiles.

Sorprende que ni de la sexualidad, ni de la escatología, se suele hablar ya en las predicaciones, supongo que por eso de lo heterogéneo de los públicos. Esperemos que no sea por un clima de censura social. Más allá de la dificultad de que parte de la sociedad comprenda el lenguaje específico teológico y moral de la tradición cristiana, las alarmas se encendieron cuando leyeron la palabra “fornicación”, en desuso de su uso lingüístico, pero no parece que de su práctica social. No debemos olvidar que J. Habermas, que no es precisamente un Padre de la Iglesia, apreciaba la calidad democrática de un sistema en la medida en que era capaz de aceptar, respetar y considerar lo específico del lenguaje de los actores sociales, es decir, de las confesiones religiosas.

Pero hay otros datos que apoyan las tesis del obispo de Córdoba: los hechos. Por ejemplo:

- Deb Levine, fundadora y directora ejecutiva del ISIS (Internet Sexuality Information Services): “Cuando preguntamos a los jóvenes cuál es su primer medio para informarse sobre sexo, nos dicen: “Buscamos en Google”. Pero la mayoría de las veces, los resultados de la búsqueda no tienen buena información”.

- Según le estudio With One Voice 2010, un 3% de los padres, en Estados Unidos, declara que se sentirían bien si supieran que sus hijos, menores de 17 años, están manteniendo relaciones sexuales; un 21% “lo aceptarían” sin aprobarlo; y un 62% se sentirían disgustados.

- Un 93% de las chicas y un 88% de los chicos, según el anterior estudio, preferían tener novio o novia sin mantener relaciones sexuales, a lo contrario.

- Según un estudio de los CDC de estados Unidos, el descenso del aborto entre 2000 y 2005 en los Estados americanos que aceptaron programas de educación sexual basados en la abstinencia fue del 23, 1%; mientras que en los demás Estados en el número de abortos aumentó un 7, 5%.

 

Podría seguir con algunos más, leídos, no hace mucho, entre otros sitios, en ACEPRENSA. Pero me he pasado de tiempo y de espacio, la escatología periodística.

José Francisco Serrano Oceja

jfsoc@ono.com

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