La Iglesia y el nuevo gobierno

Cuando escribo estas líneas, aún no se conoce cuál será el equipo titular de Rajoy en el esfuerzo de gestionar la maltrecha España. En la lista de los elegidos para el Olimpo político, el nuevo presidente se juega un cuarto del crédito que aún tiene intacto. Es muy probable que de entre los nombres de los centrocampistas haya alguno que vaya a ratificar las tesis de esta columna, lo que nos permitirá una segunda vuelta.

Por más que los de siempre se empeñen en decir lo contrario, las relaciones entre la Iglesia Católica y el nuevo Gobierno no pasan por la teoría del dictado de la Iglesia al Ejecutivo, ni por un especial invierno de gélidas temperaturas entre los líderes implicados. Si la Conferencia Episcopal siguió el protocolo de felicitación al ganador de las elecciones, las buenas prácticas apuntaron a una necesaria conversación, diálogo socrático, entre gallegos de pro. Largos minutos de fina sabiduría en los que los principios clásico, asentado por el Concilio Vaticano II, sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado, autonomía, independencia, cooperación, se llevan hasta las últimas consecuencias, máxime en el momento político, económico y social de España en el que los retos son abrumadores y todas las manos y las palabras certeras son pocas. El cardenal Rouco y Rajoy hablan los mismos idiomas, son capaces de mantener la conversación en varios niveles y se entienden mucho mejor de lo que algunos interesados creen y publican.

Mientras en el PP no se busquen atajos, vías paralelas y demás familia, el interlocutor natural para las grandes cuestiones será el Presidente de la Conferencia Episcopal, el que hay, de momento no conocemos otro. El PP se equivoca si cae en la tentación del PSOE. No hay que olvidar que de Roma viene lo que a Roma va. Por eso el nuevo gobierno es consciente de que la Embajadora de España ante la Santa Sede, María Jesús Figa López-Palop, es una profesional de la diplomacia, que cumple muy loablemente su función, y que estará el tiempo que lo permita la oportunidad de nombrar a alguien con perfil más político, por eso de que la Embajada de España ha sido siempre una preciada canonjía. El hecho de que en la Curia romana haya destacados españoles, el primero de ellos el cardenal Cañizares, facilitará el fuljo de de clarificación de las prioridades en lo referido al bien común de la sociedad.

Otra cuestión son los niveles segundos y terceros, en los que la emperatriz Soraya lleva la batuta. Ahí el gobierno se juega la credibilidad, y ahí será necesario el estilo de Rajoy, conformado por el deseo de paz, paz, paz, de piedad y de comprensión. El hecho de que quienes han sido naturales interlocutores en tiempos pasados puedan ser preteridos por un inexistente pánico a la intromisión mutua sería un mal signo y tendría un inadecuado significado. El PP no se puede equivocar en los niveles prácticos de la relación con la Iglesia y con la Conferencia Episcopal, que tendrán como interlocutor natural al Secretario General de la Conferencia Episcopal, monseñor Martínez Camino.

Y respeto al contenido de esta obligara relación, la cuestión está en los límites. Aznar supo siempre que, en las denominadas políticas sociales, había líneas que no se podrían traspasar. Por ejemplo en lo referido a la concepción de la persona, de la vida, del matrimonio, de la familia, de la educación. EL PP tiene una tarea de deconstrucción con apariencias de construcción. Al menos, se ha producido el frenazo, y lo que se espera es la marcha atrás. Y ahí es donde pueden llegar los primeros problemas que, al menos ahora, ni están, ni nadie les espera.

José Francisco Serrano Oceja

 

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