Anticatólicos… antidemócratas

Una de las conquistas sociales más gratificantes, en estos momentos de la historia de la humanidad, es la normalidad con que los ciudadanos pueden manifestar públicamente sus gustos, aficiones, tendencias y modos de vida.

Dentro de esa normalidad positiva hay que situar que tales expresiones su desarrollen a la vista de todos, en los espacios comunes, compartiendo lugares y escenarios, con absoluta tranquilidad.

Así, las ciudades se llenan de convocatorias de todo tipo, desde fiestas de la bicicleta que ocupan las calles para reivindicar el rechazo al automóvil y la apuesta por el ejercicio físico y la no contaminación, hasta concentraciones de aficionados que colapsan las principales arterias celebrando las victorias de la Selección de Fútbol o la conquista de una Liga y una Copa, sin olvidar las llegadas de la Vuelta Ciclista a España.

Ahí están los maratones populares, pero también las marchas de la dignidad, que confluyeron en la plaza de Colón, en Madrid, llegadas desde las cuatro esquinas de España, las cabalgatas de Reyes el 5 de enero, y hasta las carrozas del día del orgullo gay.

Por citar un dato, en España se desarrollan cada año cerca de cuatro mil manifestaciones autorizadas, de ellas la mayoría en Madrid, donde tocan, de media, a diez convocatorias diarias. Y no se citan las carentes de autorización.

Y todo eso está muy bien. Constituye, sin duda, expresión de libertad, y también de la tolerancia que todos hemos de practicar. Incluso algo más que ‘tolerancia’: respeto a los otros, a sus sentimientos, gustos, preferencias y expresiones.

¿A qué viene tan largo preámbulo? A que han menudeado estas últimas fechas las quejas, críticas y hasta protestas por las numerosas manifestaciones de piedad popular que se han escenificado esta Semana Santa por toda España. Exigiendo incluso que sean prohibidas, en no pocos casos.

Vamos a ver. Así que es posible desplegar todas esas expresiones públicas que he ido citando al principio, una enumeración que no es desde luego exhaustiva ni mucho menos, ¿y no se va poder sacar a la Macarena por las calles de Sevilla? ¿No deben permitirse los desfiles de Calanda y sus tambores? ¿Hay que prohibir que, en la plaza mayor de Chinchón se represente la Pasión de Cristo?

¿Habrá que impedir las procesiones de Málaga, Valladolid, Zamora, Murcia… y la de cualquier otra ciudad española?

¿Acaso no van a poder procesionar tantos pueblos de España sus Vírgenes y sus Cristos, si la gente de esos lugares, o al menos una parte de ella, así lo decide?

 

Pretender algo semejante sería, sin duda, amputar no sólo la historia de este país y también su arte, sino sobre todo su alma.

Los censores e intransigentes que tales desmesuras proponen quizá persiguen eso precisamente, configurar pueblos sin espíritu, que resulten presa fácil de demagogias y manipulaciones.

Desde luego, no pocos de los anticatólicos que han hecho oír su voz en estas fechas son en realidad, vistas sus intolerancias, unos perfectos antidemócratas.

editor@elconfidencialdigital.com

Twitter: @JoseApezarena


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