La homilía de don Ricardo

Don Ricardo, el cardenal Ricardo Bláquez, el arzobispo de Valladolid, el Presidente de la Conferencia Episcopal Española, pronunció, en la Iglesia que se levantó a pocos metros del lugar de nacimiento de Santa Teresa de Jesús, en Ávila, una de las homilías con más densidad teológica y espiritual que he podido leer desde hace mucho tiempo.

Quizá sea así por el hecho de que don Ricardo, abulense de pro, sea un devoto, y estudioso, de Santa Tersa de Jesús; quizá por el momento, la peregrinación de los obispos españoles a la cuna teresiana.

“Es tiempo de caminar”. Con un notable manejo de las fuentes, de los escritos de la santa, la homilía consigue que el oyente se introduzca en el contexto histórico y espiritual de la época en la que vivió santa Teresa de Jesús.

Una homilía en la que, incluso, se permitió algún guiño a la ironía, dado que el Papa le ha encomendado, como cardenal la Iglesia romana, el templo en el que está enterrado san Felipe Neri, Santa María in Vallcella. Santo que fue canonizado, en la fiesta de la santidad española, junto con Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y San Isidro Labrador. “No puedo menos de sonreír –dijo el cardenal Blázquez- con el dicho ingenioso de los italianos de entonces: Hoy, 12 de marzo de 1622, ha sido canonizado un santo con cuatro españoles”.

“A veces nuestros cansancios proceden no de los trabajos sino de las inapetencias. “Sólo el amor descansa” (Papa Francisco)”, apuntó el oficiante. No solo de historia, de vida presente vive la Iglesia. Y de ahí que el Presidente de la Conferencia Episcopal Española glosara algunos

aspectos de la vida espiritual de Teresa de Ávila que nos son prioritarios en el presente.

Con el permiso de los lectores, reproduzco dos largos párrafos de esta homilía, que sirven para abrir boca: 

“Nos ha advertido Teresa, contando lo que a ella le ocurrió, del peligro de la mediocridad. Ha experimentado la insatisfacción profunda, la fatiga, el marasmo, el descontento por su vida indecisa entre la entrega de Dios y la atracción del mundo. Durante un tiempo caminó como entre dos aguas, picoteando, ni estaba sentada a la mesa de Dios ni a la del mundo. Cuando estaba en un lugar ansiaba el otro y viceversa. Estaba cansada porque “coqueteaba con la mundanidad espiritual” (Papa Francisco en la Misa Crismal). Vivió un tiempo sin hallar el eje de su vida ni el centro unificador. La vida desganada, cansina, desmotivada, mediocre, sin pasión por Dios y por el Evangelio deja el corazón triste y vacío. Ir tirando, matar el tiempo, es desperdiciar la fuerza de la vida, produce pena y compasión. La insatisfacción y descontento en Teresa, mujer orante por vocación, se manifestaban en la oración descuidada. En la experiencia de Teresa, que ella vivió algún tiempo y expresó con claridad, podemos vernos corregidos, identificados y determinados al sí decidido a Dios”.

“En las páginas escritas por Teresa el amor a Jesucristo, la pasión por la verdad, el celo por cumplir la misión recibida, la radicación en la humildad son conmovedoras. En ella nada es mortecino ni apagado. Si no tomamos la vida en su peso y en su desafío, no hallaremos la felicidad; no tendremos realmente vigor y esperanza para vivir, para trabajar, para sufrir, para morir. Es penoso arrastrar la carga diaria sin una fuente interior que refresque, purifique, ilumine, fortalezca y haga fecunda la vida. Teresa pudo enseñarnos el deseo apasionado del encuentro con el Señor porque experimentó el vacío de su pérdida. El abismo del vacío se mide a la luz de la plenitud y viceversa. A nuestra generación nos dice Teresa que el malestar de nuestra cultura tiene que ver con el desconocimiento de Dios. Podemos afirmar que el nivel de la historia humana subió en España y por España. Escribió genialmente Santa Teresa que “humildad es andar en verdad”; pues bien, la humildad impulsa tanto a reconocer la verdad sin apocamiento como a testificarla valientemente”.

 
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