Los remedios del Papa para los jóvenes... en la cuna de la mafia

La visita pastoral del Papa a Palermo del pasado 3 de octubre levantó una gran expectación. Como ya viene ocurriendo durante los viajes internacionales, la presencia del pontífice despierta cada vez una mayor curiosidad.

Pero no es una curiosidad de mero espectador –aunque también los hay-, sino de quien desea escuchar a una persona que dice cosas con un lenguaje claro y sencillo y que se hace entender. Cada vez son más los jóvenes que acuden a estos encuentros programados con un cierto interés por asimilar las enseñanzas del Papa, porque demandan “contenido”, respuestas que llenen los vacíos interiores.

Ya ocurría con Juan Pablo II que multitudes -y no solo de jóvenes- acudieran allí donde se desplazaba porque se sentían atraídos por su mirada, por su ejemplo, pero también porque decía cosas que llegaban al corazón de la gente. Con Benedicto XVI sucede algo parecido y a la vez distinto. Va despacito, sin hacer casi ruido, como de puntillas, pero cuando entra -sin pretenderlo- en escena, su lenguaje transforma, convence a cercanos y a lejanos.

En Palermo, el Papa no se ha limitado a exhortar, sobre todo a la juventud, a no ceder a las sugestiones de la mafia, “que es un camino de muerte, incompatible con el Evangelio”, sino que ha propuesto claramente la santidad como el único fin por el que vale la pena gastar la vida.

El hecho de proponer el ejemplo de santidad de una joven recientemente beatificada, que falleció a la temprana edad de 19 años a causa de una enfermedad incurable, ha removido a muchos. Además, el Santo Padre hizo notar el hecho de que fueron los padres de Chiara Badano quienes encendieron en su alma la llama de la fe y la ayudaron a mantenerla siempre encendida, también en los momentos difíciles.

Por eso, el pontífice hizo hincapié en que la relación entre padres e hijos “es la llama de la fe que se transmite de generación en generación” y que en la familia germina la primera percepción del sentido de la vida. Esto tiene una clara consecuencia que el Papa explica así: “El padre y la madre no son dueños de la vida de los hijos, sino los primeros colaboradores de Dios para la transmisión de la vida y de la fe”.

Por Alfonso Bailly-Bailliére

 

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