Les anima a pedir las gracias de la consolación, la compasión y el discernimiento

El Papa exhorta a los jesuitas a “servir con alegría, que arraiga en la oración” y “sintiendo con la Iglesia”

La Congregación General número 36 culmina con un discurso de Francisco a la Compañía de Jesús

El Papa Francisco, con los delegados de la Congregación General número 36 de los jesuitas.
El Papa Francisco, con los delegados de la Congregación General número 36 de los jesuitas.

Francisco apareció por sorpresa en la curia de la Compañía ayer por la mañana. Fue recibido por el Padre General, Arturo Sosa y el superior de la comunidad de la curia, el padre Joaquín Barrero. Tras participar en la oración de la mañana con los delegados y hacer referencia al padre Franz van de Lugt, asesinado en Homs (Siria), el Papa ha pronunciado un discurso a los jesuitas asistentes.

Las tres últimas palabras del discurso del Santo Padre Francisco a los miembros de la 36ª Congregación General de la Compañía de Jesús, celebrada en el aula de la curia de la Compañía de Jesús, se han referido a las gracias que todo jesuita y que la Compañía en su conjunto deben siempre pedir: la consolación, la compasión y el discernimiento.

Asimismo, y para reavivar “el fervor en la misión de aprovechar a las personas en su vida y doctrina”, el Papa ha concretado tres puntos: “Pedir intensamente la consolación; “dejarnos conmover por el Señor puesto en Cruz” y  “Hacer el bien de buen espíritu, sintiendo con la Iglesia”.

Francisco ha recordado las palabras de sus antecesores a la Compañía: “La Iglesia os necesita, cuenta con vosotros y sigue confiando en vosotros, de modo especial para llegar a los lugares físicos y espirituales a los que otros no llegan o les resulta difícil hacerlo. Caminar juntos -libres y obedientes-, caminar yendo a las periferias donde otros no llegan, bajo la mirada de Jesús”

El Papa les ha recordado el fin de esta Compañía que es, “no solamente atender a la salvación y perfección de las ánimas propias con la gracia divina, mas con la misma, intensamente procurar de ayudar a la salvación y perfección de las de los prójimos”.

Tres puntos de reflexión

En el primero punto en el que se ha centrado Francisco, “pedir intensamente la consolación” ha recordado que “es oficio propio de la Compañía consolar al pueblo fiel y ayudar con el discernimiento a que el enemigo de natura humana no nos robe la alegría: la alegría de evangelizar, la alegría de la familia, la alegría de la Iglesia, la alegría de la creación” El Papa les ha exhortado a que este “servicio de la alegría y de la consolación espiritual arraiga en la oración”.

“Practicar y enseñar esta oración de pedir y suplicar la consolación, es el principal servicio a la alegría”, ha dicho el Santo Padre, para insistir en que “el jesuita es un servidor de la alegría del evangelio, tanto cuando trabaja artesanalmente conversando y dando los ejercicios espirituales a una sola persona, ayudándola a encontrar ese “lugar interior de dónde le viene la fuerza del Espíritu que lo guía, lo libera y lo renueva” como cuando trabaja estructuralmente organizando obras de formación o de misericordia”.

En el segundo punto,  “dejarnos conmover por el Señor puesto en Cruz” el Santo Padre ha recordado las palabras del padre Arrupe: “Allí donde hay un dolor, allí está la Compañía”. Además, el Papa ha insistido en que “el jubileo de la misericordia es un tiempo oportuno para reflexionar sobre los servicios de la misericordia. Lo digo en plural, porque la misericordia no es una palabra abstracta, sino un estilo de vida que antepone a la palabra los gestos concretos que tocan la carne del prójimo y se institucionalizan en obras de misericordia”.

El último punto, “hacer el bien de buen espíritu, sintiendo con la Iglesia”, el Papa ha afirmado que es “también propio de la Compañía hacer las cosas sintiendo con la Iglesia. Allí donde la contradicción era más candente, Ignacio daba ejemplo de recogerse en sí mismo, antes de hablar o actuar, para obrar de buen espíritu. El servicio del buen espíritu y del discernimiento nos hace ser hombres de Iglesia -no clericalistas, sino eclesiales-, hombres “para los demás”, sin cosa propia que aísle, sino con todo lo nuestro propio puesto en comunión y al servicio.

“No caminamos ni solos ni cómodos, caminamos con “un corazón que no se acomoda, que no se cierra en sí mismo, sino que late al ritmo de un camino que se realiza junto a todo el pueblo fiel de Dios”, ha dicho el Santo Padre.

 

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