Los cristianos de Tierra Santa necesitan a sus hermanos mayores para que Occidente se fije en su difícil situación

Los medios de comunicación le prestan demasiada poca atención la dramática situación que viven los cristianos de Palestina, de Israel, de Siria, de Líbano, de Egipto, de Iraq, de buena parte de los territorios que vieron nacer y crecer a Cristo y escucharon su predicación. Pero necesitan el apoyo de los católicos de Occidente para que se oigan sus voces ante la comunidad internacional.

Cuando se acerca la Semana Santa, tiempo litúrgico fuerte para la Iglesia, los católicos de todo el mundo se esfuerzan por recodar que el apoyo a los que se encuentran perseguidos es fundamental para su sostenimiento.

Explica a Religión Confidencial monseñor Joan-Enric Vives, arzobispo de la Seo d'Urgell y uno de los obispos que en más ocasiones ha tenido la oportunidad de conocer de primera mano estas difíciles situaciones, que para las pequeñas comunidades cristianas que aguantan la presión de los radicales en Oriente Próximo, la visita, el trato y la oración de los católicos europeos supone para ellos como la tranquilidad de la presencia de un hermano mayor cuando en el patio de un colegio se sienten amenazados.

En enero, una delegación de representantes de los obispos del Viejo Continente visitó Oriente Próximo en un viaje auspiciado por Secretaría de Estado y los Ordinarios de Tierra Santa para conocer de primera año la situación, con una especial preocupación por los hermanos de Siria, sumidos en una guerra civil que deja a los cristianos en tierra de nadie. Volvieron convencidos de la necesidad de que toda la comunidad internacional preste más atención a la difícil situación por la que atraviesan diversos Estados. La llamada "primavera árabe" ha traído, supuestamente, elecciones democráticas para estos países, pero no ha garantizado en absoluto el respeto a los derechos humanos, y menos aún en el caso de los cristianos, minorías de población con escasa representación en las nuevas instituciones políticas.

Cuando regresaron de su viaje en enero a Tierra Santa, los obispos quedaron impresionados por la fe con la que se vive en unos territorios en los que ser cristiano no es fácil y se comprometieron "a continuar instando a nuestros respectivos gobiernos a que actúen para evitar esta injusticia. Hemos podido escuchar un testimonio conmovedor por parte de las religiosas implicadas en la atención a trabajadores emigrantes, víctimas de la trata y presos". Como hermanos mayores, de ellos depende el que la comunidad internacional se ocupe de un problema que, por su duración, cada vez parece más olvidado.

 

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