Familias de todo el mundo, autoridades eclesiásticas y civiles, en la celebración

Don Álvaro, el hombre que daba paz. Miles de fieles en la beatificación del sucesor de san Josemaría

Era el comentario constante en todas las personas que se han acercado hasta Valdebebas, a las afueras de Madrid, en una mañana calurosa de otoño, para acompañar a la Iglesia en la alegría de la beatificación de don Álvaro del Portillo. Muchos de los que participan en la Eucaristía habían tenido la oportunidad de conocerlo personalmente y recuerdan de él una mirada que daba paz, que mostraba cómo don Álvaro era, ante todo, un hombre de Dios. Más de 150 obispos de España y del mundo, políticos, laicos comprometidos con distintas causas, religiosos, sacerdotes y, sobre todo, miles de familias, han llenado el recinto.



El altar de la beatificación de don Álvaro del Portillo
El altar de la beatificación de don Álvaro del Portillo

La ceremonia ha dado comienzo, como estaba previsto, a las doce de la mañana. Al empezar, don Fernando Ocáriz, vicario general del Opus Dei, ha leído el mensaje que el Papa Francisco ha enviado para la ocasión. En él, el Santo Padre ha hablado en primera persona, de tú a tú, a cada uno de los miles de participantes: "representa un momento de especial alegría para todos los fieles de esa Prelatura, así como también para ti, que durante tanto tiempo fuiste testigo de su amor a Dios y a los demás, de su fidelidad a la Iglesia y a su vocación.

Francisco ha destacado la "vida de humilde servicio a los demás" del nuevo beato, forjada desde la juventud "en la sencillez de la vida familiar, en la amistad y en el servicio". Además, el Papa resalta que el beato Álvaro "nos enseña que en la sencillez y cotidianidad de nuestra vida podemos encontrar un camino seguro de santidad". Su ejemplo constituye un impulso para "no tener miedo de ir a contracorriente y de sufrir por anunciar el Evangelio". 
El Pontífice ha subrayado el gran amor de Álvaro del Portillo por la Iglesia, "a la que sirvió con un corazón despojado de interés mundano, lejos de la discordia, acogedor en todos y buscando siempre lo positivo en los demás, lo que une". Incluso en los momentos de especial dificultad, no tuvo "nunca una queja o crítica", al contrario, "espondía siempre con la oración, el perdón, la comprensión, la caridad sincera", asegura Francisco.
El nuevo beato, ha escrito el Santo Padre, conocía "la necesidad que tenemos de la misericordia divina y dedicó muchas energías personales para animar a las personas que trataba a acercarse al sacramento de la confesión".
El mensaje concluye con las siguientes palabras: "Pido, por favor, a todos los fieles de la Prelatura, sacerdotes y laicos, así como a todos los que participan en sus actividades, que recen por mí. Que Jesús los bendiga y que la Virgen Santa los cuide".
Acto seguido, tras la glosa de la vida y virtudes heroicas de don Álvaro del Portillo, el cardenal Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, enviado del Vaticano para presidir esta ceremonia, ha leído el texto de proclamación de la beatificación. En este momento, la Iglesia ya tiene un nuevo beato, el beato Álvaro del Portillo.

La proclamación de la homilía correspondió al cardenal Ángelo Amato. Recordó la importante labor como pastor de don Álvaro del Portillo, marcada por una serenidad heredada de su madre. Y resaltó que su formación como ingeniero le ayudaba a "ir ens seguida al núcleo de los problemas y resolverlos".
Recogiendo las palabras de su biógrafo y colaborador de esta casa, Salvador Bernal, lo definió como la persona que "transformó en poesía la prosa humilde del trabajo diario". De entre sus muchas y probadas virtudes, se quedó con la humildad, que, para Amato, fue "instrumento indispensable para la santidad y el apostolado. (...) Amaba la vida oculta de Jesús y no despreciaba los gestos sencillos de devoción popular, como, por ejemplo, subir de rodillas la Scala Santa en Roma". 

El cardenal Amato glosó numerosos ejemplos de humildad en la vida del beato, que le decía a sus hijas: "Tenemos que luchar toda la vida para llegar a ser humildes. Tenemos la escuela maravillosa de humildad del Señor, de la Santísima Virgen y de San José. Vamos a aprender. Vamos a luchar contra el proprio yo que está costantemente alzándose como una víbora, para morder. Pero estamos seguros si estamos cerca de Jesús, que es del linaje de María, y es el que aplastará la cabeza de la serpiente". Para don Álvaro, la humildad era "la llave que abre la puerta para entrar en la casa de la santidad", mientras que la soberbia constituía el mayor obstáculo para ver y amar a Dios.
El cardenal agradeció la dicha de la Iglesia por poder contar con ejemplos como el del Beato Álvaro del Portillo: "La Iglesia y el mundo necesitan del gran espectáculo de la santidad, para purificar, con su aroma agradable, los miasmas de los muchos vicios alardeados con arrogante insistencia. Ahora más que nunca necesitamos una ecología de la santidad, para contrarrestar la contaminación de la inmoralidad y de la corrupción. Los santos nos invitan a introducir en el seno de la Iglesia y de la sociedad el aire puro de la gracia de Dios, que renueva la faz de la tierra".

Tras la multitudinaria comunión de los fieles, tanto monseñor Javier Echevarría como el cardenal Antonio María Rouco Varela han tenido sentidas palabras de agradecimiento a Dios por la ejemplar figura del nuevo beato. La ceremonia ha concluido con el rezo de la Salve ante la imagen de la Virgen de la Almudena, patrona de Madrid.

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